2012/07/13

El valor de sus promesas

Hugo Chávez y su equipo andan a toda máquina en la campaña hacia una nueva reelección que llevaría al comandante-presidente, cuando culmine su tercer período presidencial, a sumar 20 años consecutivos en el poder. En una carrera por alcanzar los 37 años (intermitentes) del General Juan Vicente Gómez.
En esa carrera, montado en carrozas y superautobuses blindados, Chávez recorre algunos estados prometiendo viviendas, seguridad, e incluso, transformar a Venezuela en un país exportador de alimentos. En ese lanzamiento de promesas, que seguramente nunca cumplirá, también está ofreciendo una cercanía con la Iglesia Católica.
Para evidenciar su voluntad, ya realizó dos acercamientos: 1) Mandó como emisario al vicepresidente Elías Jaua a reunirse con el monseñor Diego Padrón, el titular de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), durante la Asamblea Anual de Obispos. 2) Habló telefónicamente con el Prelado, ofreciéndole una pronta visita a la CEV.
Este acercamiento no tendría nada de extrañar en un país donde la mayoría del pueblo venezolano es católica. En un país laico y con libertad religiosa como lo es Venezuela, un gobernante tiene la obligación de llevar buenas relaciones con las diferentes religiones que profesen sus ciudadanos. Y las iglesias tienen el deber, como lo ratificó el titular de la CEV, de tejer con los gobiernos una “relación que sea muy respetuosa y que vaya siempre por los canales institucionales” y unir a todos sus feligreses sin distingo de clases o preferencias políticas.
Lo que llama a suspicacia, y a no creer en estos cantos de sirena de buena voluntad y de respeto a la Iglesia Católica por parte de Chávez, es que durante sus 14 años de su Gobierno castro comunista, el mandatario ha sido reiteradamente insultante, y ofensivo con cardenales, obispos, monseñores y cuanto representante de la Iglesia critique o llame a la reflexión por sus políticas. Incluyendo al Nuncio Apostólico, (representante del Vaticano en Venezuela), a quien por años negó el placet, y al Papa Benedicto XI, a quien insultó cuando éste pidiera respeto para los venezolanos y para su fe.
Para refrescar la memoria de la virulencia verbal de Chávez contra los prelados, sólo basta recordar el enfrentamiento con el monseñor Baltazar Porras, cuando siendo éste presidente de la CEV, criticó el uso del lenguaje bíblico en el discurso presidencial.
Un trato más indignante aún lo recibió, en vida y postmorten, el cardenal José Ignacio Velasco, a quien le deseó que “el diablo lo reciba en su seno”.
Cardenales y obispos han sido tildados vía televisada, en diversas ocasiones y por disímiles motivos, de vagabundos, indignos, ignorantes, trogloditas, demonios y maleantes, llegando incluso a decirles que merecían ser mandados para El Dorado o a limpiar pisos.
¿Quién puede pensar que al pasar los ardores de campaña electoral, y de ser Chávez reelecto, cuando éste se sienta vitalicio y prepotente otra vez, no volverá a arremeter contra la jerarquía Católica?

VenEconomía Opina, 13 de julio de 2012

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Crisis anunciada

Los puertos venezolanos actualmente están abarrotados de buques fondeados y atracados que durante semanas y meses esperan para soltar sus cargas de productos y bienes, ya no solo de los tradicionalmente importados, sino cada vez más de aquéllos que han dejado de producirse en el país en estos 14 años.
Unos 29 buques se cuentan en Puerto Cabello, en el estado Carabobo y unos 13 en el de La Guaira, estado Vargas, según denuncias de la prensa nacional. La respuesta de las autoridades portuarias, no fue agilizar los trámites de aduanas, nacionalización de la mercancía y descarga, como sería lo lógico. La “mejor solución” que encontraron fue “ruletear” los buques por puertos nacionales y de algunos países cercanos, no solo arriesgando nuevamente la pérdida de bienes perecederos, sino incrementando los costos de las importaciones.
No es exagerado afirmar que Venezuela enfrenta la peor crisis portuaria desde la que atravesó en los años 70, cuando se produjo el boom de importaciones desencadenado por la apertura petrolera.
Ahora bien, si la de hace tres décadas podría justificarse porque agarró desprevenido al Gobierno, sin equipos, infraestructura, tecnología y personal capacitado; la de estos momentos es condenable y no tiene justificación ninguna, a pesar de que es producida por las mismas causas. El origen de esta crisis data de 2007, cuando el Gobierno sacó del juego a las empresas privadas nacionales e internacionales que operaban los puertos y las suplantó con la estatal Bolivariana de Puertos, para luego crear una muy truculenta operación a Puertos del Alba, donde 51% del capital es de Bolipuertos, y el 49% restante del Grupo Empresarial cubano La Industria Portuaria (Asport), pero cuyo control operacional lo tiene casi en su totalidad el personal cubano.
Ya no se trata de la entrega de otro sector neurálgico de Venezuela a Cuba, sino que el manejo de los puertos evidencia cada día más los males de toda empresa que agarra la revolución castrochavista: alta corrupción, mala gerencia, incompetencia operacional, ineficiencia, desinversión, obsolescencia de equipos, infraestructura y tecnología, por ende baja productividad y peor rendimiento económico.
A esto se le agrega, la sustancial caída de la producción nacional de rubros básicos por la política confiscatoria y de controles del Ejecutivo Nacional que obliga a recurrir a ingentes importaciones para satisfacer la demanda, las cuales son realizadas en su mayor parte por un Gobierno que suma un cóctel de impericia, ineficiencia, mala administración y corrupción. El resultado no podía ser otro que la generación de cuellos de botella que terminan por enseñorear la crisis y el caos en los puertos venezolanos.
Como siempre, quienes pagaran los platos rotos son los venezolanos: los importadores pagando con su dinero productos que se dañan incluso antes de ser desembarcados, y los consumidores quienes sufren en la cacería de bienes y productos que no se encuentran.

VENECONOMIA, 12/07/12

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