Nº.4.- Kailash (India)
Se alza, solitaria y majestuosa, escondida tras un camino de profundos desfiladeros en el Tíbet y ante ella acabaron durante siglos su peregrinación tanto los ascetas como los pastores. Se entiende en la mitología hindú que Shiva, el dios de la destrucción, reside en la cumbre del Kailash. Hoy sigue despertando la misma veneración de antaño, provocando momentos extáticos entre quienes la visitan, que se vuelcan en oraciones y mantras ante esta tierra sagrada. Sus monasterios permiten el culto de una variedad de deidades, en un circuito que demanda a los visitantes hasta 72 horas. Según se rodee la montaña de Kailash en el sentido de las agujas del reloj o en el contrario será el tipo de culto que sostiene a los fieles, ya que la modalidad de rito determina si se participa de una celebración compatible con las creencias de hoy en la India o si se lo hace en consonancia con la fe prebudista. Lo dificultoso que siempre ha sido su acceso ha hecho de llegar a este enclave un mérito en sí mismo, y no han sido pocos los que, con escasos medios para tan grande tarea, han coronado la expedición con su propia muerte, exhaustos, como ofrenda a la divinidad.
Nº.5.- Athos, Grecia
Las políticas de igualdad, tan extendidas en Occidente, no penetran aquí, ya que una tradición inquebrantable prohíbe a las mujeres llegar al monte Athos, pese a su origen mariano. Lugar de oración y reflexión, alberga una veintena de monasterios ortodoxos que van del griego al ruso, pasando por el búlgaro, serbio, georgiano y rumano. Este territorio es una autonomía bajo soberanía griega, pero se mantiene al margen de ciertas leyes, no solo del país sino de la propia Unión Europea, porque ni siquiera le alcanza el tratado de Schengen.
La Virgen María navegaba hacia Chipre, sostiene el relato, cuando una tempestad obligó al navío a desviar su derrotero para desembarcar en el monte Athos, para sorpresa de sus elementales pobladores, que dejaron el paganismo y se convirtieron al cristianismo. Las largas barbas de los monjes dan el paisaje humano característico, pero se combinan a veces con las de hippies nostálgicos de la Era de Acuario y hasta deportistas que buscan tras el esfuerzo la calma austeridad del ascetismo monástico. El «Libro de pintura en el monte Athos», de Adolphe Napoleón Didron (1839), maravilló a Europa en su día, como lo atestigua la correspondencia de Victor Hugo con el autor.
Nº6.- Ol Doinyo Lengai, Tanzania
Los masai la tienen por montaña sagrada y es un volcán con dos conos, uno, el del norte, todavía activo y con fumarolas que dan prueba del flujo subyacente, mientras que el del sur ofrece vegetación surgida entre la ceniza volcánica. La población autóctona creía que la divinidad residía en sus entrañas, de modo que cuando surgía la actividad eruptiva era interpretado como señal de la ira de Dios, a la que había que calmar con sacrificios de animales. Solo la sangre vertida lograba apaciguar la furia telúrica y una vez cesado el enfado correspondía orar con el máximo respeto y devoción.
Hoy es frecuente objetivo de montañistas por su mágica belleza, junto al lago Natron, que ha resistido el paso del tiempo y del hombre con notable pureza. Quienes coronan la cima de este «pequeño Etna» tienen un premio en los días despejados, ya que permite ver a lo lejos el Kilimanjaro. Aún hoy se leen en clave religiosa los fenómenos vulcanológicos del Ol Doinyo Lengai por parte de la población, que entienden que se debe a alguna amenaza externa que despierta el alma dormida en el seno de este monte de 2.980 metros.
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