2014/02/10

8274- Lección magistral.


Hace varias décadas, cuando cursaba mi primer año de derecho, corría marzo y era la primera clase de mi primera materia en la Facultad, Introducción al Derecho". Estábamos todos sentados cuando entró el profesor en el aula, de muy mal talante y con cara de pocos amigos. Lo primero que hizo, sin siquiera saludar, fue preguntarle el nombre a un alumno que estaba sentado en la primera fila:
¿Cómo te llamas?
Me llamo Juan, señor.
¡Vete de mi clase y no quiero que vuelvas nunca más! gritó el desagradable profesor.
Juan estaba desconcertado. 
Cuando reaccionó se levantó torpemente, recogió sus cosas y salió de la clase.
Todos estábamos asustados e indignados; pero nadie protestó. Él era un hombre mayor, próximo a la jubilación, aunque se lo veía bien plantado, diría imponente, vestido con su traje oscuro, todo en él emanaba autoridad; en tanto que nosotros, salvo algunos pocos de más edad, éramos todos jóvenes adolescentes recién egresados de la escuela secundaria.
Está bien. ¡Ahora sí! Comencemos con la clase ¿Para qué sirven las leyes?
Seguíamos asustados; pero poco a poco comenzamos a responder a su pregunta:
Para que haya un orden en nuestra sociedad.
¡No! Contestó el profesor.
Para cumplirlas. -Dijo otro alumno.
¡No!
Para que la gente mala pague por sus actos. -Respondió un tercero.
¡No! ¿Pero es que nadie sabrá responder esta pregunta?
Para que haya justicia. -Dijo tímidamente una chica.
¡Por fin! Eso es, para que haya justicia. Y ahora ¿para qué sirve la justicia?
Todos empezábamos a estar molestos por esa actitud tan grosera. 
Sin embargo, seguíamos respondiendo:
Para salvaguardar los derechos de los individuos.
Bien, ¿qué más? -Preguntó el profesor.
Para discriminar lo que está bien de lo que está mal. -Dijo otro.
Sigue. -Insistió el profesor.
Para premiar a quien hace el bien.
Ok, no está mal; pero respondan a esta pregunta: ¿Actué correctamente al expulsar de la clase a Juan?

Todos nos quedamos callados, nadie respondía. -Quiero una respuesta fuerte, decidida y unánime.
¡No! Dijimos todos a la vez.
¿Podría decirse que cometí una injusticia?
¡Sí!
¿Por qué nadie hizo algo para defender a Juan? Ni siquiera el propio Juan que era el afectado
¿Para qué queremos leyes y reglas si no disponemos de la valentía para llevarlas a la práctica?
 Cada uno de ustedes tiene la obligación de actuar ante la presencia de una injusticia.
Todos. ¡No vuelvan a quedarse callados nunca más, no pierdan su dignidad!
Tú, vete a buscar a Juan, dijo mirándome fijamente.

Aquel día recibí la lección más práctica de mi clase de toda mi carrera de Derecho:

CUANDO NO DEFENDEMOS NUESTROS DERECHOS PERDEMOS LA DIGNIDAD
Y LA DIGNIDAD... NO SE NEGOCIA.

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