2016/01/15

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Mal de muchos, consuelo de tontos, dice el dicho vernáculo. La gente comenzó a buscarle salidas cuando se inició la investigación donde, a todas luces, los protagonistas (léase, los reos por la Ley Final) parecían ser los de la Capital y los funcionarios del gobierno central... pero, de inmediato aparecieron los doctos, por las emisoras, contándoles a los oyentes que cuando hay casos de extorsión, son tan culpables los que extorsionan como los que pagan la extorsión, o sea que cobres o pagues, eres culpable del mismo delito. Etcétera, etcétera... Como Troya parecía que ya no estaba tan encendida... se prendió de nuevo cuando apareció alguien que preguntaba si entonces debían dejar que mataran a sus familias si es que, como suele suceder en algunos países con tanta frecuencia, los raptaban y pedían dinero por ellos...

El caso de los camiones se fue a los medios deportivos y a las agencias de apuestas... se veía a Riasol como el equipo pequeñito, ínfimo, luchando contra los peces grandes del acuario... hasta publicaron humoradas donde se veían peces grandísimos, armados hasta los dientes y con las tablas de la Ley en las aletas, burlándose de los “montunos” que solo tenias tras ellos las sogas de las horcas. El problema de la aplicación de la Ley Final tuvo su primer barrunto de hacerse FUEGO SACRO.

Y, a fuerza de fuego sacro,  los sacrosantos héroes de mil batallas legales vieron aparecer el ángel vengador volando sobre el territorio nacional... “La Ley Final pena con la misma condena a los reos y a quienes les representan en los juicios que se les sigan”.

Ʊ A todas estas, la comidilla del pueblo era si ellos, nativos y moradores de Riasol, lo estaban haciendo mal o bien... ya veían venir la borrasca tras el sarao... las cosas pasarían y el pueblo se sumergiría, una vez más, en la indolencia de propios y extraños... como bien entendían, cada vez que los políticos habían levantado una polvareda, lo único que le había quedado al pueblo eran viudas, huérfanos, sangre, desolación, emigración y políticos con mas tierras que antes y mas ínfulas de canallada.

Los próximos en la lista eran los ediles y estos estaban en la carcelita del pueblo desde ya olvidados por las “Elites” que les habían prometido villas y castillos y que, por arriba o por debajo de la mesa, también habían recibido su parte y que ahora, con olímpico  silencio, se desentendían de ellos. La mayor desgracia era que, siendo tan pocas personas en el pueblo, todos estaban unidos por vínculos familiares y los muy pocos extraños que había eran amigos a muerte de todos los demás.

La primera ejecución supuso la mayor tragicomedia común hasta esa fecha. El primer ejecutado fue el intermediario y para El vinieron de la Capital grandes apellidos en lujosos vehículos. Familiares, amigos y compinches, vinieron a mostrar su asombro porque la Ley hubiese tocado a ESE extraordinario ciudadano, les era absolutamente imposible creer que estuviese sucediendo y no entendían cómo los jerarcas de los partidos y de los gobiernos pasados y del actual régimen, dejaran ante el escarnio público a tal hombre, que tanto les había dado a cada uno, en su momento. Como suele suceder ante hechos similares, se fueron cargando de furia contra quienes veían como culpables de ser los cómplices por haber aceptado meterse en el “negocio”. Esos montunos eran los únicos culpables; de no estar tan hambreados, se hubiesen opuesto al guiso y su “héroe” no se hubiese enfangado...  Ante el hecho definitivo de la ejecución, escupían epítetos contra la gente de Riasol y, cada uno en su rol político, contra los dirigentes de los otros partidos.  La gente del pueblo comenzó a carcajearse de ellos y se fue caldeando la situación hasta que llegó un momento, justo antes de abrirse la tanquilla, cuando la familia, no pudiendo resistir mas, clamaba pidiendo misericordia, en que ellos, los testigos para ese señor, quitándose las caretas mostraban sus  caras de alivio pues ya no estaría “el” para señalarlos como posibles cómplices de lo mismo.

Tan pronto como los pies del ajusticiado dejaron de moverse se escucharon los motores de los vehículos y con desenfreno se inició la marcha de la huida pues el pueblo manifestaba en contra de los extraños y quería tomarse la justicia por su mano y hacer que “esos señorones” acompañasen al difunto en su correría final.


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