2011/10/08

Hacerse cargo

 

Intercambiar, aceptar a otros multiplica las ocasiones de ser servidor de los más pobres

MONS. BALTAZAR PORRAS| EL UNIVERSAL

sábado 8 de octubre de 2011 12:00 AM

Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Así comienza la parábola del buen samaritano. El relato desborda el contexto religioso y forma parte del patrimonio literario y ético de la humanidad. Sirve de hoja de ruta para plantearse un problema que atañe a todos. Vivimos en una sociedad "irresponsable". Se tiene la convicción de que es otro quien debe ocuparse de las situaciones incómodas que exigen "ponerse en camino". Los gobiernos utilizando técnicas mediáticas, desarrollan mecanismos para escurrir el bulto y solucionar los problemas de la gente.
Lo que funciona mal se lo endilgan a otros: el imperio, los apátridas, los explotadores capitalistas, o es mentira lo que se denuncia. Por ello, dicen, los esfuerzos por "querer" a los pobres no nos permiten solucionar esas angustias. Hay que esperar. Se retrocede y la calidad de vida empeora. El camino es otro. Hacerse cargo de la realidad. Hay que ser honrado con la realidad, verla y no mirarla con ojos vendados por la ideología. Decir que no hay escasez cuando está a la vista, es ceguera.
Segundo, cargar con la realidad. Compadecerse, es echarse a cuestas el problema. No de palabra, sino actuando. "Hay que vendar y cargar en la propia cabalgadura", es decir, asumiendo las mejores maneras de solucionar las cosas: sumando conocimientos y capacidades.
Tercero, encargarse de la realidad. Pasar de la urgencia, del regalar o aparecer como un papá Noel generoso al que hay que agradecer. El buen gobierno se teje en la urdimbre política de crear estructuras y soportes que ofrezcan y proporcionen una mejor calidad de vida.
El populismo barato y el uso meramente interesado en tener seguidores, es el peor consejero para gobernar bien. Intercambiar, aceptar a otros multiplica las ocasiones de ser servidor de los más pobres.
faustih@hotmail.com

Y como dice la frase popular: “El que quiera oír, que oiga…”