2012/01/10

GUZMANCISMO

Era tanta la vanidad del Ilustre Americano, general y doctor Antonio Guzmán Blanco, y tantos los años que llevaba en el disfrute del poder absoluto, que los venezolanos se sintieron asfixiados, y optaron por apelar al arma todopoderosa del humorismo y de la sátira. Cuenta Ramón J. Velásquez que en una modesta sombrerería de la parroquia de San Juan, cerca de la plaza de Capuchinos, trabajaba un personaje de nombre Francisco Delpino y Lamas. Un nombre sonoro y largo que ya era como una incitación a la burla. “A don Francisco, refiere RJV, le había dado por considerarse el rey de los poetas y, poco a poco, fue abandonando su modesto y tranquilo trabajo de fabricante y restaurador de sombreros para vivir en trance lírico”.

Sus versos más o menos maltrechos y cojitrancos se publicaban en La Opinión Nacional y eran objeto de sarcasmos y divertimientos. Los universitarios lo invitaban a recitales, lo aplaudían con furor, pero el bueno de don Francisco confundía aquello con la consagración de su poesía. El sombrerero se sentía tan grande como don Andrés Bello. Poco a poco fue perdiendo la noción de la realidad, y se elevaba a las alturas del Parnaso.

De pronto algunos estudiantes, astutos e inteligentes, vincularon la locura del poeta sombrerero con las glorias del Ilustre Americano, quien gobernaba desde Paris. Y armaron lo que se conoció como “La Delpinada”. Y así organizaron una gran ceremonia en donde don Francisco Delpino y Lamas fue coronado como “el gran poeta de todos los tiempos”. Tuvo lugar en el Teatro Caracas, la tarde del 9 de marzo de 1885. Proliferaron los discursos, las aclamaciones, los ditirambos. Mientras más estrambóticos los elogios a la grandeza del sombrero-poeta, más evidente se fue haciendo la vinculación con la fatuidad del general afrancesado que, a su vez, se sentía gran intelectual, y había pronunciado un discurso de falsas erudiciones en la Academia de la Lengua, muy estudiando también por el doctor Velásquez.

Así se inició la gran burla nacional al hombre fuerte que ponía y quitaba presidentes, mientras gobernaba desde la capital de Francia. “Hacer reír a los caraqueños de los delirios delpinianos del dictador, para que cayesen en cuenta que Guzmán Blanco era el mayor de los Delpino y Lamas”. El propósito de los estudiantes tuvo gran éxito. Como escribió RJV, lograron castigar el engreimiento de Guzmán Blanco, “la farsa institucional de tantos años, su abuso de poder traducido en la alteración de la verdad histórica, en la enfermiza vanidad, en el cambio de nombre de los estados para bautizarlos con su apellido”. Todo en Venezuela se llamaba “Guzmán Blanco”. Los estados, los puentes, las avenidas, las escuelas, los cuarteles. No se sabe cómo se salvó el Ávila de llamarse también “Guzmán Blanco”.

Eso fue “La Delpinada”, un episodio de la ironía que dio sus frutos, la gente se rió y perdió el miedo y todo cambió. Vale la pena pensar en lo que el humorismo ha significado en la historia. Con razón, el Ilustre Americano le tenía más miedo a los “chistecitos” que a las conspiraciones de sus solemnes generales.

@Saconsalvi

 

escrito por Simón Alberto Consalvi y publicado en los Runrunes de Bocaranda

La justicia primero...como debe ser....

LUIS MARIA ANSON

“La soberanía nacional no reside en el Rey sino en el pueblo y es el pueblo el que, a través de la voluntad general libremente expresada, hace las leyes; es el pueblo el que ha ordenado en la Constitución las funciones y los deberes del Rey como cabeza de la Monarquía parlamentaria: moderar y arbitrar entre instituciones, ejercer la jefatura de las Fuerzas Armadas y representar a la nación.

En el Estado de Derecho la ley es ley para todos. No existen excepciones. Los ciudadanos, desde el más poderoso al más desfavorecido, tienen los mismos derechos fundamentales. La Justicia se administra en nombre del Rey. Juan Carlos I forma parte institucional del Estado de Derecho. Tiene la obligación de defender la Justicia, así como la independencia de los jueces y magistrados. Si un miembro de la Familia Real resultara imputado por indicios de irregularidades o delitos, el Rey sabe mejor que nadie que su deber es respaldar a la Justicia y no al familiar comprometido, por muy doloroso que eso le resulte en el plano privado. Aún más. En tal caso, el Rey se sentiría en el deber de proclamar públicamente que está al lado de los jueces, que se esforzará porque mantengan su independencia al juzgar y que, naturalmente, acatará sus sentencias. Eso es lo que ha convertido a Juan Carlos I, tal y como le enseñó su padre, en un impecable Rey constitucional al servicio de la voluntad del pueblo español. Para él, la Justicia estará siempre por encima de la familia. Se trata de una profunda cuestión de principios.

Iñaki Urdangarín es un hombre inteligente, muy simpático, solidario siempre con los desfavorecidos. Los que le rodean, le quieren. Ha podido cometer irregularidades, incluso delitos. En tal caso, responderá de ellos ante la ley, porque debe quedar claro para la opinión pública que el Rey estará siempre al lado de la Justicia, no del yerno. A su hija Cristina, Don Juan Carlos la educó siempre en la austeridad y la responsabilidad. Habla la Infanta fluidamente cuatro idiomas. Tiene título universitario tras cursar brillantemente la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid. Es máster en Relaciones Internacionales por la New York University. Ha trabajado durante cerca de veinte años en La Caixa como una empleada más y con un sueldo discreto. Ni altos cargos ejecutivos ni honorarios suculentos ni prebendas y distinciones. Ha sido solo una empleada, cumpliendo día a día un horario rígido de trabajo en su oficina de La Caixa en Barcelona.

Que cada palo aguante su vela. Por el momento, frente a la palabra pánica, hay que respetar la presunción de inocencia de Iñaki Urdangarín, porque eso es lo que exige la Constitución. Si resultara imputado y, aún más, si se le sentenciara por haber cometido algún delito, estoy seguro de que Su Majestad el Rey hará una declaración pública reafirmando los principios del Estado de Derecho, la igualdad de todos ante la ley y la independencia de los jueces. Es lo que ha hecho siempre: cumplir con su deber. Y por eso Juan Carlos I está ahí, respaldado por la voluntad del pueblo español y por un prestigio nacional e internacional que crece cada día.

Allí donde se traban los nervios secretos de la política, le esperan al Rey tragos muy amargos. Los absorberá serenamente en el cumplimiento de su deber constitucional. Don Juan Carlos sabe mejor que nadie que Quevedo tenía razón, ”que el reinar es tarea, que los cetros piden más sudor que los arados, y sudor teñido de las venas; que la Corona es el peso molesto que fatiga los hombros del alma primero que las fuerzas del cuerpo; que los palacios para el príncipe ocioso son sepulcros de una vida muerta, y para el que atiende son patíbulos de una muerte viva; lo afirman las gloriosas memorias de aquellos esclarecidos príncipes que no mancharon sus recordaciones contando entre su edad coronada alguna hora sin trabajo”.

Luis María ANSON
de la Real Academia Española

gracias a Mañita que gentilmente nos lo ha hecho llegar.

"De gallinas y verbos". Juan Gossaín

 

La siguiente es la ponencia 'De gallinas y verbos', del director de Radiosucesos RCN y miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, Juan Gossaín, presentada en el IV Congreso Internacional de la Lengua Española en la ciudad de Cartagena de Indias:

'Aunque este diálogo haya sido convocado con el título de 'Periodismo y literatura', yo no vengo a hablar aquí de literatura ni de periodismo. Vengo con el único propósito de defender la vida de un verbo en peligro. Habiéndome declarado su abogado de oficio, sin que nadie me haya delegado representación alguna, pido el amparo de este tribunal supremo del lenguaje, el Congreso de la Lengua, para que se proteja la vida de mi cliente, el verbo poner, uno de los más antiguos y útiles de nuestro idioma, atacado con alevosía y a mansalva por el verbo colocar, que lo está extinguiendo sin remedio, como ocurre con ciertas aves, el aire puro y numerosas especies vegetales.

Las primeras noticias sobre la aparición del verbo poner en la lengua castellana aparecen registradas en la gramática de Nebrija, en 1492. Quinientos años después, los colombianos, que se vanaglorian de hablar el español más castizo del mundo, decretaron la ejecución sumaria del verbo poner porque les parece vulgar. La tragedia empezó el día en que alguna señora remilgada, con ínfulas culteranas, se atrevió a repetir un proverbio catalán del siglo diecinueve: sólo las gallinas ponen.

Desde entonces, y con la fuerza demoledora de una sentencia bíblica, el desdichado aforismo inició su carrera de éxitos hasta extenderse a velocidades supersónicas por todo el cuerpo de la sociedad.

La plaga está adquiriendo unas proporciones tan apocalípticas que un amable caballero de la ciudad de Cali acaba de enviarme de regalo una totuma de dulce de leche, que en su región bautizaron con el nombre de 'manjar blanco' --demostración de que también florece la poesía en los diabéticos territorios de las golosinas-- pero advirtiéndome, eso sí, que lo guarde en la nevera 'para que no se coloque rancio'.

Mucho me temo que los poetas, buenos y malos, deben prepararse para contemplar, a la hora azul del crepúsculo, una coloca de sol. Reconozco que yo mismo, acoquinado por las presiones de tanto esnobista que anda suelto, tuve vacilaciones para decidir si presentaba ante esta tertulia una ponencia o una coloquencia.

Siguiendo la enseñanza aristotélica, según la cual toda acción produce una reacción, estamos a punto de cumplir cinco años de haber creado la Congregación de Defensa del Verbo Poner, que inventamos en un noticiero de radio. No tiene sede ni sello, ni levanta actas de sus sesiones porque no se reúnen nunca ni sus integrantes se conocen entre sí. Pero ahí estamos, incansables, dedicados a velar armas al pie de la cama de hospital de nuestro amigo moribundo.

La acogida a esa imaginaria fundación ha sido estimulante y reanimadora. Uno de sus cofrades, el profesor Álvaro Enrique Treviño, que ejerce funciones académicas entre los estudiantes pobres de Cartagena de Indias, se tomó el trabajo de rastrear el asunto en las páginas de 'Cien años de soledad', nada menos, obra maestra a la que este Congreso rinde tributo en sus cuarenta años. Treviño encontró en la novela de García Márquez ciento sesenta y siete formas diferentes del verbo poner y sólo ocho variedades de colocar, apropiadas todas ellas, naturalmente, sin atropellarse a codazos, según el empleo correcto en cada caso.

A su turno, el ingeniero José Enrique Rizo Pombo, que en nuestra cofradía tiene a cargo la comisión de asuntos lexicográficos, también hipotética, está preparando la primera edición del novedoso 'Diccionario de sustituciones del verbo poner'.

Sugiere, a guisa de ejemplo, que en lo sucesivo usemos antecolocar en vez de anteponer; que los músicos digan comcolocar música en lugar de componerla; que en las argucias de los dialécticos no se vuelva a hablar de contraponer argumentos, sino de contracolocarlos, y que admitamos aunque sea a regañadientes que ocolocar es la nueva forma de oponer ideas y razones.

Invocamos la ayuda autorizada de cada uno de ustedes a fin de preservar la supervivencia del verbo amenazado, en sus cátedras magistrales, en sus libros, en sus conferencias, en las columnas que escriban para la prensa, o en la simple conversación de cada día, pregonándolo de boca en boca, como un bostezo.

Yo sé bien que esta es una propuesta pequeña y modesta, casi insignificante, ante un Congreso que se dispone --o se discoloca-- a estudiar asuntos tan serios y trascendentales como la diversidad del español, o sus relaciones con las ciencias y las tecnologías modernas. Formulo esa modesta petición de ayuda en mi carácter de creador de la mencionada Congregación Imaginaria de Defensa del Verbo Poner. A ella he dedicado los mejores años de mi vida y no encuentro nada que la justifique más. Anuncio, en consecuencia, que Don Quijote cabalga de nuevo'.