Mi vida ha estado siempre llena de amigos, de todo tipo, en todas partes… y han sido de tal calidad que, aún con el paso de los años y, tal vez por eso mismo, por el tiempo, que decanta todas las verdades, hoy en día nos encontramos y paso la vergüenza de no recordar sus nombres cuando ellos, si, si lo recuerdan; la ultima me pasó cuando fuimos hace unos días a la Estación La Montaña del Teleférico de Mérida. Al subir la cuesta de Chama al regresar, nos detuvimos en un famosísimo Restaurante que está allí, frente a las Heroínas. Pedimos unas bebidas refrescantes y, cuando le veo la cara a quien gentilmente nos atendía, mi cerebro comenzó una carrera, desaforado me devanaba los sesos tratando de ubicarlo en el tiempo y en el espacio, trataba de relacionarlo con muchas actividades sucedidas allí en ese restaurante, en la plaza, en el teleférico, en el consultorio de un amigo que esta situado en las adyacencias del sitio, en Guamanchi, en el Mercado Artesanal Antonio Rojas, en la Panadería Roma, mi mente voló hasta los tiempos de la otrora Unidad Sanitaria, en la lavandería de los Chinos, en la Pizzería a leña de la otra esquina, en el Seminario Arquidiocesano… pero no tenia respuestas…
Sin vergüenza y con la mayor desfachatez le espeté:
-Hermano: se que somos amigos desde hace muchísimo tiempo, mas entre Aloise y los años, no recuerdo tu nombre en este momento. ¿Te acuerdas tu del mío?
Para mi alivio (sinvergüencería la mía) el tampoco recordaba el mío y, ahora que bien lo pienso, creo que realmente nunca lo supo… pero lo que sí sabia, y recordaba, y se entretuvo en mostrarme, fue la marca y el color de mi viejo corcel, y las conversaciones que casi a diario sosteníamos a la entrada del Teleférico cuando trataba yo de abordarlo para en el trasladarme, unas veces hasta Loma Redonda y de allí caminar hasta la base de Toro, y otras veces hasta La Aguada para caminar hacia la Laguna La Fría. En resumen, cuando sus palabras comenzaron a fluir, con ellas se abrió el ventanal de los recuerdos y, gracias a sus observaciones, fuimos dando entretenimiento a quienes allí estaban presentes: mis compañeros caminantes, Tubal, Ramón y Amadeo, y los demás de las otras mesas quienes recibieron un duchazo de recuerdos de base de montaña, de días idos del Teleférico, de nombres de profesionales, obreros y administrativos; de la mitología diaria de aquella época pretérita y, por sobre todo, del abrigo de amistad que durante tanto tiempo cultivamos mi amigo y yo.
Mi amigo se dedicaba, en esa época pasada, al ramo del material fotográfico y los productos de apoyo. Fueron muchas las veces que le invité a que fuésemos a caminar y la respuesta fue invariablemente la misma. “Ya sabes, la obligación de levantar lo del día”, “ La próxima vez” y así se pasaron los años, se acabó el teleférico, llegaron la edad y sus adláteres y aquí estamos en estos tiempos esperando que maquillen el Sistema de ese otro gran amigo.
Pero tampoco esa tarde nuestros nombres se pronunciaron y tal como nos vimos, así nos despedimos… amigos innominados.
Larga vida para Aloise Alzhéimer…