Kafkianos
Quienes conocieron a Kafka dicen que fue afable, bondadoso, siempre dispuesto a escuchar al otro...
RICARDO GIL OTAIZA | EL UNIVERSAL
domingo 6 de octubre de 2013 12:00 AM
Suele ocurrir en el arte, y en la literatura de manera particular, que los autores y las obras emblemáticas y universales se transforman en lugares comunes, en puntos de encuentro de conversaciones eruditas y elegantes, en las que se suele demostrar la elevada cultura de quienes citan a tal o cual libro, a tal o cual luminaria. Sin embargo, y esto hay que decirlo, muchos son quienes elogian a los clásicos sin haberlos leído; que hablan de los autores de "oídas", sin que haya un conocimiento previo desde la lectura: única premisa en las letras. En nuestra lengua hay autores y obras que están en boca de muchos; que a cualquier ocurrencia o vacío argumental entran en el contexto en una suerte de Babel que muchas veces se nos muestra pueril e ininteligible. El Quijote, por nombrar a una obra aquetípica, es citada sin ton ni son; es vapuleada a diestra y siniestra: sus parlamentos son sacados con pinzas, y así descontextualizados pasan a formar parte de otros mundos, de otros intereses muchas veces ajenos a lo meramente artístico. El Ulises de Joyce -¡ay!- pocos lo han leído, pero muchos son quienes lo trajinan en sus ensayos sin que hallemos en sus soliloquios atisbos de un conocimiento "aceptable" de la obra. Jorge Luis Borges (y sus espléndidos textos) es un caso digno de nombrar, porque está en boca de todos (hasta el Papa Francisco se ha declarado su fan), pero la verdad es que pocos son realmente sus lectores. Franz Kafka (1883-1924), el celebérrimo autor de Praga, de un tiempo a esta parte (las últimas ocho décadas) su memoria ha caído también en el lugar común: todos lo citan, lo conocen, hablan de sus complejos, de sus miedos e inseguridades, pero realmente pocos se han detenido a estudiarlo en cuanto a lo humano. Sus obras fundamentales se popularizaron mucho tiempo después de su muerte, alcanzando una notoriedad rayana en el mito, y al parecer da más caché decir en una reunión que tal suceso es kafkiano (refiriéndose por supuesto a esa mezcla de lo real y lo inaudito, de lo humano y lo fantasmal), que leerse todos sus libros y hablar con la propiedad de quien domina la teoría literaria.
Fuera de serie, inaudito...
En este sentido, hallamos en nuestra permanente pesquisa libresca un tomo fuera de serie, inaudito, perdido en una gigantesca ruma de papel, que busca con pasmosa intención mostrarnos el verdadero rostro del creador de Gregorio Samsa, el humilde agente de seguros que una mañana despertó convertido en un enorme insecto. El libro en cuestión lleva por título Cuando Kafka vino hacia mí...(Acantilado, 2009), editado por Hans-Gerd Koch y traducido del alemán al español por Berta Vías Mahou. En la carátula del ejemplar se nos muestra a un joven Kafka sonriente (tenía para entonces treinta años), con un sombrero de pajilla, llevaba un abrigo oscuro del que sobresale con verdadero contraste una camisa blanca y una corbata con lunares. El libro lo conforman 45 textos, que podríamos catalogar como crónicas biográficas, en las que las personas que conocieron y trataron a Kafka cuentan sus experiencias e impresiones muchos años después de su fallecimiento. Si bien, por la naturaleza propia de los textos que en este tomo encontramos, nos topamos con flagrantes contradicciones entre los evocadores seleccionados (que una a una son aclaradas a pie de página por el editor), no deja de sorprendernos el amplio espectro de visiones que en torno al escritor se han propuesto con el paso del tiempo y que de alguna manera han contribuido a levantar ese inmenso entramado de conjeturas, suposiciones, aproximaciones, hipótesis y lucubraciones, que en lugar de consolidar su figura, la hunden aún más en los entresijos de la fábula.
Personalidad
En el caso Franz Kafka ya no se trata, como hasta hace algunos años, de posiciones encontradas con respecto a la naturaleza de la obra desde las teorías en boga, y de su calidad, sobre la base de lecturas más o menos serias de sus libros más representativos: La metamorfosis (1915); El proceso (1925); El castillo(1926) y América (1927); sino de llegar a acuerdos sobre la personalidad del escritor, que nos permitan aproximarnos con certeza a los orígenes de sus textos desde las raíces de su psique y de su propia cotidianidad. Y este es precisamente el aporte del libro al que nos referimos. No busca indagar desde afuera lo que subyace en su obra para desde allí aproximarnos (aunque sea de manera somera) a lo que quiso o no decirnos y contarnos. Koch busca -y lo alcanza, qué dudas caben- mostrarnos al escritor desde su propio mundo interior y desde su realidad, desentrañando aspectos hasta ahora desconocidos que traen aportes sustanciales a lo ya encontrado por otros investigadores. El orden propuesto por el editor "sigue el curso de la vida de Kafka" lo que posibilita una coherencia, una estructura narrativa que puede ser seguida como si de una novela se tratara. En el libro leemos a sus contemporáneos, a sus amigos, a sus familiares, a su editor, y a algunos compañeros de clases. Cada uno va evocando dando rienda suelta a sus recuerdos (tal vez a su imaginación) y así, poco a poco, vamos hilvanando una personalidad, una manera de ser, una vida entregada con pasión al arte de la escritura.
No fue un solitario
Kafka no fue un ser solitario, ni un ser sumido en la introspección, como se ha querido hacer ver; pero sí echó mano de la soledad y de la introspección para fundirse con su obra. Por allí se ha hablado de misoginia, y hasta se ha especulado con "oscuros terrores al sexo femenino", sin embargo vemos cómo el escritor pudo llevar -a pesar de su reconocida timidez- fluidas relaciones con las mujeres, algunas de las cuales se le acercaban con claras intenciones de amistad (y, por qué no, de amoríos). Quienes conocieron a Kafka dicen que fue afable y bondadoso, siempre dispuesto a escuchar al otro. Los que lo evocan dejan ver a un ser de hablar sereno, pero seguro, con voz sosegada, aunque inteligible. Si bien las fotografías de la época no alcanzan a mostrar sus "encantos físicos", quienes lo conocieron y trataron (de ambos sexos) destacan un extraño magnetismo de su persona. Con respecto al color de sus ojos hay claras discrepancias: unos afirman que eran de un negro intenso; otros de un gris lacerante; hay quien dice que eran marrones, pero todos afirman que le adornaba una mirada profunda y vivaz. Tenía tez morena, cabello negro azabache y perfecta dentadura. Era un hombre atractivo, alto, de buen porte, con extremidades bien proporcionadas y de movimientos elegantes y gráciles. Max Brod, quien fue su leal amigo y principal promotor de su obra, sobre todo cuando fallece a causa de la tuberculosis, afirma que su persona fue "discreta"; pero su legado no lo es, y llega a nosotros convertido en portento, en cantera inagotable de presunción, y, sobre todo, de inmensa certeza.
Si bien, como ya lo expresamos, las aportaciones caen en equívocos y antinomias (suponemos, no deliberados), aportan elementos relevantes a la hora de intentar comprender a un hombre que luchó hasta la hora de su muerte con sus demonios, con sus temores e inquietudes, con las inseguridades propias de quien se sabe poseído por el arte, y cuyo cuerpo y espacio histórico no le dieron abasto para expresar lo que en sus escasos 41 años de vida pudo entregarnos a partir de los portentosos relatos.
@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com
Fuera de serie, inaudito...
En este sentido, hallamos en nuestra permanente pesquisa libresca un tomo fuera de serie, inaudito, perdido en una gigantesca ruma de papel, que busca con pasmosa intención mostrarnos el verdadero rostro del creador de Gregorio Samsa, el humilde agente de seguros que una mañana despertó convertido en un enorme insecto. El libro en cuestión lleva por título Cuando Kafka vino hacia mí...(Acantilado, 2009), editado por Hans-Gerd Koch y traducido del alemán al español por Berta Vías Mahou. En la carátula del ejemplar se nos muestra a un joven Kafka sonriente (tenía para entonces treinta años), con un sombrero de pajilla, llevaba un abrigo oscuro del que sobresale con verdadero contraste una camisa blanca y una corbata con lunares. El libro lo conforman 45 textos, que podríamos catalogar como crónicas biográficas, en las que las personas que conocieron y trataron a Kafka cuentan sus experiencias e impresiones muchos años después de su fallecimiento. Si bien, por la naturaleza propia de los textos que en este tomo encontramos, nos topamos con flagrantes contradicciones entre los evocadores seleccionados (que una a una son aclaradas a pie de página por el editor), no deja de sorprendernos el amplio espectro de visiones que en torno al escritor se han propuesto con el paso del tiempo y que de alguna manera han contribuido a levantar ese inmenso entramado de conjeturas, suposiciones, aproximaciones, hipótesis y lucubraciones, que en lugar de consolidar su figura, la hunden aún más en los entresijos de la fábula.
Personalidad
En el caso Franz Kafka ya no se trata, como hasta hace algunos años, de posiciones encontradas con respecto a la naturaleza de la obra desde las teorías en boga, y de su calidad, sobre la base de lecturas más o menos serias de sus libros más representativos: La metamorfosis (1915); El proceso (1925); El castillo(1926) y América (1927); sino de llegar a acuerdos sobre la personalidad del escritor, que nos permitan aproximarnos con certeza a los orígenes de sus textos desde las raíces de su psique y de su propia cotidianidad. Y este es precisamente el aporte del libro al que nos referimos. No busca indagar desde afuera lo que subyace en su obra para desde allí aproximarnos (aunque sea de manera somera) a lo que quiso o no decirnos y contarnos. Koch busca -y lo alcanza, qué dudas caben- mostrarnos al escritor desde su propio mundo interior y desde su realidad, desentrañando aspectos hasta ahora desconocidos que traen aportes sustanciales a lo ya encontrado por otros investigadores. El orden propuesto por el editor "sigue el curso de la vida de Kafka" lo que posibilita una coherencia, una estructura narrativa que puede ser seguida como si de una novela se tratara. En el libro leemos a sus contemporáneos, a sus amigos, a sus familiares, a su editor, y a algunos compañeros de clases. Cada uno va evocando dando rienda suelta a sus recuerdos (tal vez a su imaginación) y así, poco a poco, vamos hilvanando una personalidad, una manera de ser, una vida entregada con pasión al arte de la escritura.
No fue un solitario
Kafka no fue un ser solitario, ni un ser sumido en la introspección, como se ha querido hacer ver; pero sí echó mano de la soledad y de la introspección para fundirse con su obra. Por allí se ha hablado de misoginia, y hasta se ha especulado con "oscuros terrores al sexo femenino", sin embargo vemos cómo el escritor pudo llevar -a pesar de su reconocida timidez- fluidas relaciones con las mujeres, algunas de las cuales se le acercaban con claras intenciones de amistad (y, por qué no, de amoríos). Quienes conocieron a Kafka dicen que fue afable y bondadoso, siempre dispuesto a escuchar al otro. Los que lo evocan dejan ver a un ser de hablar sereno, pero seguro, con voz sosegada, aunque inteligible. Si bien las fotografías de la época no alcanzan a mostrar sus "encantos físicos", quienes lo conocieron y trataron (de ambos sexos) destacan un extraño magnetismo de su persona. Con respecto al color de sus ojos hay claras discrepancias: unos afirman que eran de un negro intenso; otros de un gris lacerante; hay quien dice que eran marrones, pero todos afirman que le adornaba una mirada profunda y vivaz. Tenía tez morena, cabello negro azabache y perfecta dentadura. Era un hombre atractivo, alto, de buen porte, con extremidades bien proporcionadas y de movimientos elegantes y gráciles. Max Brod, quien fue su leal amigo y principal promotor de su obra, sobre todo cuando fallece a causa de la tuberculosis, afirma que su persona fue "discreta"; pero su legado no lo es, y llega a nosotros convertido en portento, en cantera inagotable de presunción, y, sobre todo, de inmensa certeza.
Si bien, como ya lo expresamos, las aportaciones caen en equívocos y antinomias (suponemos, no deliberados), aportan elementos relevantes a la hora de intentar comprender a un hombre que luchó hasta la hora de su muerte con sus demonios, con sus temores e inquietudes, con las inseguridades propias de quien se sabe poseído por el arte, y cuyo cuerpo y espacio histórico no le dieron abasto para expresar lo que en sus escasos 41 años de vida pudo entregarnos a partir de los portentosos relatos.
@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com
Como siempre, Gil Otaiza: acertado, explicito, con clara orientación, milimetricamente dirigido, pero...
me he quedado en Babia...
¿Donde está la diana para esa flecha y cuantos oscuros disfraces camuflan a su destinatari@?
¿Ante que dilatado auditorio se dijeron esas palabras que motivaron esta tan sabrosa argumentación?
Ah Sancho, no te quedes espabilado... que la mente, es un todo trastocado, mira hasta donde hemos llegado, mira cuanto hemos "despreciado" y lo que la suerte nos ha deparado...