Era una tarde de esas muy especiales, la tarde del día siguiente… el cerebro aun no se acostumbraba a la idea de que las cosas no hubiesen terminado como se esperaban… la sensación de farsa, de oscuridad, no se apartaba de nuestra mente…
Habían sido muchas las noches de desvelo, de trabajo laborioso, de estudio profundo, tratando de adentrarnos en el futuro, tratando de ver lo que podía ser posible, lo que fuese más probable, sin darnos en ningún momento la complacencia de aceptar lo más cercano o lo más fácil.-
Habíamos llegado a las conclusiones que aceptábamos, un conjunto de acciones que como las más cercanas a la verdad fáctica, aparecían como las más adecuadas para regir nuestros destinos.-
Había sido mucho el entusiasmo demostrado por los pensadores, recopiladores, organizadores y, sin duda, todas las pruebas que habíamos desarrollado para ver su factibilidad se habían practicado y evaluado. Estábamos ciertos. Pero nuestra realidad se convirtió en cenizas cuando nuestros coordinadores aceptaron, inmediatamente, los resultados que se nos imponían.
Allí surgió la duda y comenzó el cuestionamiento… allí nos vimos como los periquitos de tarde quieta, enfrentados a la realidad que penosamente negábamos, por estar convencidos, firmes creyentes en estas personas, que se había hecho todo lo humanamente posible para evitar frustraciones en el grupo producto de racionalizaciones pueriles que desestimaran las probabilidades, muy reales, de que se nos pasaran simplezas y quedáramos a merced del azar.
Comenzaron a mostrarse evidencias (¿?) sobre aspectos que entonces parecían evidentes y ahora resultaba que no lo habían sido. Nadie discutía sobre la veracidad de estas “evidencias” se dejaban pasar y las leíamos como cualquier nota periodística, aun sin serlo, como si todo lo que se leyese fuese verdad y no requiriese comprobación.
Los periquitos no saben de control de calidad pero son cautelosos y con ello se libran de muchos peligros, nosotros no somos sabios pero somos demasiado osados y con la osadía, que raya en la imprudencia, nos lanzamos en aguas turbias demostrando lo que pretendemos sea una muestra de valor. Esto no tendría importancia grupal si solamente nos atañera a nosotros, individualmente, pero, claro está que si es importante cuando algunos, pocos, muchos, todos… salimos perjudicados y, peor aún, cuando perjudicamos a las generaciones futuras.
A la hora de cortar cabezas… cualquiera menos la mía.