No sabía porque la esperaba…
La tarde se hacía pequeña, las taquillas estaban cerradas y nadie quedaba en el Banco.
Tal como se lo habían informado, era día de pago del seguro y había cobrado la exigua cantidad…
Salía como ultima cliente y al tratar de traspasar la puerta una bocanada de aire caliente la recibió. Pasos adelante un grupito de jóvenes la obligó a pegarse contra la fachada del edificio; presurosos, parecían estar escondiendo algo que sacaron al apenas meterse de empujón al banco.
Sin pensarlo dos veces corrió hacia el automóvil y, sin mirar atrás, arrancó presurosa poniendo cauchos en polvorosa.
Le parecía que la buscarían a ella por ser la última en abandonar el Banco.
Recordó que le habían recomendado ir, ese día, a última hora de la tarde, para evitar las colas.
Su nerviosismo aumentaba con cada segundo, se preguntaba porque le habrían recomendado ese día y esa hora para estar allí.
Se vio como la pitadora, anunciadora de que el Banco estaba vacío y, de inmediato sintió como sus paredes estomacales se comprimían al darse cuenta que si ese había sido su papel, tanto los buenos como los malos tendrían motivos para buscarla y hacerla hablar, y otros hacerla callar.
No daba crédito a la idea de que su “amigo” pudiese estar involucrado en el asalto, pero si veía la posibilidad de que supiese lo que estaba por suceder y, de ser esto cierto, no entendía el porqué la había involucrado.
La situación general era tan compleja que mucha gente sabía lo que pasaría, sabía lo qué se estaba cocinando… a fuerza de enterados se convertían en cómplices de la situación pero, claro, sabían que nadie les pediría cuentas pues, al igual que sus pares, conocían también a otros que también sabían lo que pasaría. Claro, no podían aparecer ante las cámaras, para eso tenían su cohorte de incautos que, sin querer queriendo, hacían las veces de espontáneos ya que supuestamente no conocían lo que se tramaba.
Ella conocía la trama general y sabia de algunas de las andanzas de su “amigo” pero no le perdonaba que la pusiese de carne de cañón, en primera fila, para recibir el fuego cruzado. Se preguntaba porque él la veía como tonta y le daba esos papelitos; por eso hurgaba su mente tratando de recordar otras oportunidades en que se la hubiese utilizado para cosas por el estilo. Le habían sucedido incidentes difíciles de explicar pero ninguno en que hubiese estado en peligro, tal como ahora se sentía. Había tratado de comprobar las maravillas que su amigo le contaba y por eso había presenciado, desde lejos, encuentros y reuniones, tal como se las había anunciado el. Claro que, desde lejos no se escucha lo que dice la gente, ella no podía dar fe del contenido de lo hablado, o tampoco asegurar nada de lo que supuestamente le había entregado una persona a la otra.
Tampoco los personajes actores de la trama habían sido de mucho nombre o fama, eran tan solo el Gerente de un Banco y el Juez Fulano quienes, en una ciudad pequeña, podían encontrarse todos los días en innumerables sitios y por cuanta tontería se les ocurriese. Personas anodinas encontrándose, casualmente, en sitios comunes. La entrada del Cine, la farmacia, el terminal de pasajeros, la casa del Partido, el cyber.
Como parte activa de la vida social de la ciudad estaba acostumbrada a la inseguridad que se había adueñado de calles y avenidas y ya era común hablar de muertes por sicariato, castigos a testigos, siembra de pruebas, forjamiento de documentos, agavillamientos, secuestros que ya no se definían como de hampa común o de hampa política pues la gente ya los veía como caras del mismo problema. La vida se endurecía cada día más y la actitud relajada de los Jueces en cuanto a los reos de cargos reales y a su dureza en cuanto a los reos de cargos eminentemente políticos o de situaciones originadas por la política, hacia que el ciudadano común estuviese más que claro en que, en algún momento de su vida próxima, tendría que negociar con “alguien” por su vida.
Esta situación la colocaba en la muy difícil tarea de buscar ayuda. No tenía otra salida. Se le erizaba el cabello al pensar en nombres de posibles candidatos que le pudiesen brindar ese tipo de protección.
Estaba clara en que el más directo era su “amigo”, pero él la estaba utilizando, como creer que le brindaría protección cuando ella podría ser testigo en su contra? Se hacía cuesta arriba el considerarlo y, además, que le pediría a cambio? Hasta donde estaría ella dispuesta a ceder en lo que él le propusiese a cambio de su ayuda?
Todas las consideraciones morales se le ponían en frente y no veía una que, permitiéndole mantener el status de mujer de familia, pudiera convencer a su amigo para que se dignara en ayudarle. Decidió dejar para después el rompecabezas y enfiló el automóvil hacia su casa. Una camioneta que se le cruzó en una esquina le dio la impresión de ser de la policía política por lo que disminuyó la velocidad y estacionó frente a la primera farmacia que apareció en su camino.
Compró una tarjeta para el celular y se dio tiempo para mirar con detenimiento si el carro de la policía andaba por allí. Pensó que se estaba volviendo loca, se compró un helado y se paró en la puerta de la farmacia a degustarlo muy lentamente, aguantando los nervios para no temblar.
! Tonterías! quien va a buscar a una vieja como yo? Tendré cara de todo, menos de asaltante de bancos…
2.- Aun no sonaban las 6 en el reloj de la plaza, la tarde caía y el tráfico se ponía cada vez más difícil. Las empleadas de las tiendas recogían los productos que habían desplegado fuera de los locales, los encargados miraban apremiantes a los últimos clientes que salían ya de sus negocios. El barullo aumentaba en las calles, cornetas, gritos, frenazos, la estridencia se elevaba de tono presagiando un momento de final que traería de vuelta el silencio al centro de la ciudad. Un soplo de viento frío se dejaba colar poniendo un manto de relax, como apaciguando a la gente.
Ella no se apaciguaba, su mente rebotaba sin encontrar respuesta al porqué se le había enviado como pitadora ingenua al Banco. A medida que lo pensaba su cólera aumentaba. La habían engañado como a niña pequeña y le habían enviado a que la señalaran, como cómplice o como agente del régimen, y ninguna de las dos perspectivas le gustaba o le daba tranquilidad.
Ninguna de las alternativas del hecho le causaba gracia o le daba esperanza pues cualquier investigación traería como consecuencia el que se desvelaran sus últimos movimientos y no eran estos dignos de mostrarlos al mundo conocido.
Por una parte, su familia, inocente de sus manejos y totalmente aparte de cualquier tramoya que se apartase de la vida cotidiana, monástica y pragmática. ¿Cómo explicarles que su “amigo” la había engañado y enviado como chivo a ese lugar, dejándola desprotegida, a la luz pública? ¿Cómo retornar al clima de confianza que había sido el centro de su vida adulta, como esposa y madre, como ejemplo familiar…?
¿Cómo explicarles a todos que su intervención en el asunto no era más que una casualidad, una coincidencia en el lugar y en el momento menos indicado?
¿Cómo explicarles a las autoridades que conocía a varios de los involucrados? ¿Cómo explicar que los había conocido a través de su “amigo”? ¿Cómo explicar las fotos que ellos habían tomado el día en que los conoció?
Podría, seguramente, aferrarse a que realmente no los conocía, a que eran conocidos de su “amigo”, pero ¿Cómo hacer para que le creyesen?, recordaba que al momento de tomarse las fotos reinaba un ambiente muy despejado y alocado, por lo que, aunque ella no había visto las fotos, era muy posible que fuesen comprometedoras y, en todo caso, ¿cómo justificar esas fotos ante su familia?
Infructuosamente trataba de recordar los nombres de los integrantes del ahora “Grupo Delictivo” que había conocido como unos “…amigos de toda confianza que te quiero presentar…”. Solo recordaba sus rasgos y su peculiar forma de hablar, como si fuesen militares, su forma de decir la hora, de darse por enterados, de aceptar o negar algo. La idea comenzó a revolotear en su cabeza, lo que le había llamado la atención en su momento. Ellos estaban en “ALGO”. Las frases a medias, las respuestas forzadas… Algo había de oculto en su proceder y, ahora que lo pensaba con temor, le parecía que estaban cumpliendo con una trama que iba paso a paso. Pero, a la vez, recordaba que le había caído mal la forma de su hablar pues era notorio que estaban fingiendo y mas parecían integrantes de una banda, tal como en la TV.
De pronto una luz se encendió en su cerebro, esos muchachos no se habían entrenado en el país, por eso se reían del juego de palabras, que si aquí quiere decir A, allá quiere decir B, que a veces nos confundimos, que a veces es bueno porque no nos entienden. Esa era la hoja que no terminaba de caer, eran de aquí pero hablaban como si fuesen de otra parte.--------- No se sintió mejor por esta conclusión…
Dirigió el automóvil hacia su casa tratando de no acelerar aunque el temblor en las piernas le hacía apretar el acelerador. No había urgencias en el tráfico y suavemente se estacionó frente a la vieja casona fruto del esfuerzo de tantos años.
Al entrar corrió los cerrojos y activó la alarma tratando de no recibir sorpresas posteriores. La contestadora no señalaba llamada alguna pero corrió hasta su closet para revisar en su “otro” celular, a ver si tenía alguna llamada de su “amigo”. Nada, absolutamente nada.
Encendió el televisor y el radio de la mesa de noche buscando las últimas noticias pero nada había sobre el hecho.
3.1- La noche no mejoró su estado de ánimo, vueltas y más vueltas sobre la cama, sudando a chorros. La inquietud no la dejaba conciliar el sueño y las imágenes se le presentaban en caleidoscopio continuo. No había orden en sus ideas, saltaba a todos los tópicos atropelladamente y no se daba chance de concretar ninguno. Los viajes a la nevera le parecían larguísimos y en cada uno oteaba por las ventanas tratando de descubrir a quien pudiese estar vigilándola. Solo las plantas de sus pies le agradecían los viajes pues, al estar en contacto con las frías baldosas, recibían esa caricia con agrado.
Se veía como reo de mil cargos defendiéndose, ella misma, ante el tribunal de su familia y ante el tribunal de la Ley. Se imaginaba el interrogatorio, primero definiendo lo que había pasado, fríamente, sin añadidos, después respondiendo sobre lo que lo había causado, aclarando como había conocido a esos muchachos, y para ultimo dejaba lo que respondería sobre su “amigo”, no se imaginaba como lo haría… tendría que esperar a que le formulasen las preguntas para, de allí, buscar la forma de contestar y salir airosa.
Sus propias respuestas no le daban tranquilidad y comenzó a sentir el stress y el miedo. Sabía que, como mínimo, sus respuestas la pondrían en evidencia ante las audiencias y estaba clara en lo que esto representaría en su vida familiar, todos la verían como una tonta. Ante la Ley, no creía que se tragarían el cuento de no estar enterada de lo que sucedería, del qué, como, cuando y porqué. Interiorizó que el “donde” realmente no importaba y que eso no era sino un indicio más de su complicidad y premeditación.
Lo que realmente terminó de quitarle el sueño fue pensar en la definición del motivo para estar involucrada. Pensaba que definir tal cosa era, en realidad, muy fácil. Lo difícil se centraba en las consecuencias de gritárselo al mundo.
Entonces, ¿Qué hacer? ¿Qué rumbo darle a su defensa?
A punto de echarse a llorar, fue hasta el botiquín de primeros auxilios a buscar un tranquilizante, tomo varias capsulas, las pasó con agua de la nevera y se sentó a la mesa de la cocina sumergiendo la cabeza entre sus brazos… sollozaba en desconcierto… y allí, gracias a las capsulas, encontró el sueño, más no sus respuestas...
3.2-
Ángel y Gilberto, sentados en la barra del café, esperaban el servicio; más allá, en las mesas, sus subalternos disfrutaban de las frituras matinales.
Como viejos policías sabían que lo que la noche les había dejado no era un regalo pascual precisamente; los cuatro cadáveres en la VAN mostraban que la intención de sus asesinos había sido asegurarse de varias cosas, por un lado que al amanecer estarían muertos, irremediablemente, y por otro que el mensaje lo recibiese el destinatario con toda claridad: “No ves, No oyes, No hablas”.
Los malhechores habían dejado la VAN en un sitio muy concurrido, cercano al café donde los periodistas de sucesos tomaban el café matinal y, específicamente, el café del cambio de turno. De esta forma se aseguraban que habría periodistas rondando a cualquier hora entre la medianoche y el alba; solo faltaba la motivación final, y la consiguieron con pólvora, hicieron estallar un cohetón sobre el techo de la VAN. Las puertas de la camioneta, dejadas abiertas con toda la premeditación se abrieron con toda facilidad y los fotógrafos tomaron cuantas fotos quisieron antes de la llegada de los agentes policiales. Las fotos eran horripilantes, cuatro cuerpos acribillados con toda precisión, cinco orificios de entrada en cada uno, los proyectiles habían entrado por las cuencas de los ojos, los oídos y la boca. A simple vista se notaba que cada uno de los disparos bastaba para matar a la persona, y todos salían por el cerebro. La primera conjetura de los reporteros y fotógrafos fue de un crimen más de las mafias de la droga.
La hora del fogonazo que permitió descubrir el hecho, también permitió que la noticia estuviese, ya, en primera plana. Los dos detectives fueron enviados a cubrir el hecho y con ellos sus subalternos quienes ya estaban trabajando en acopiar cuanta evidencia se les pusiese por delante.
Renegaban del sistema de identificación que no era tan rápido como podría ser. Ya estaban por sonar las siete de la mañana y todavía no habían identificado a las víctimas.
En la Central policial la comidilla de la mañana, distinta a todas las demás, giraba sobre los cuatro cadáveres. Parecía obvio que la intención era el amedrentamiento; muchas veces habían tenido situaciones por el estilo, recordaban con sorna el caso del europeo que encontraron con sus genitales entre los labios, alguien había querido pasar la voz de que con ciertas temas no se debe jugar, que la lengua es el castigo del cuerpo y que si a hierro matas… no morirás de insomnio.
Lo insólito del caso era lo prolijo de la escena de presentación de los cadáveres, realmente se habían tomado la molestia de limpiar hasta la saciedad, habían arreglado cada uno de los detalles dentro la camioneta, no había una sola huella, parecía una sala de operaciones, casi esperaba uno percibir el olor del cloroformo y desinfectante, descubrir bajo los cadáveres los guantes de cirugía.
No era lo usual en estos casos. Había un orden profundo, lógico, racional, en toda la escena. Si en algún caso se debía pensar en la premeditación, este era ese caso, pero lo ilógico es que quien lo perpetró lo hizo deliberadamente, con un fin muy especifico. Con el fin de que “alguien” recibiese el mensaje en forma clara, directa y temible. Se notaba, a las claras, que no le importaba el rastro de comportamiento que dejaba allí.
Todos los balazos habían sido limpios, con entrada y salida, no eran tiros al azar producto de nerviosismo, eran el producto de la más aterrante frialdad ante el hecho que se ejecutaba. Los indicios iniciales presagiaban el uso de una sola arma y una secuencia de disparos, cinco a cada humanidad. No había sangre en las ropas, se habían cuidado de limpiarles y solo se notaba el destrozo en las caras y cráneos. Era evidente que había sido un acto muy cruento; el, o los, sitios de las ejecuciones debían estar llenos de sangre y trozos de huesos y cerebros.
Pero la VAN estaba limpia y reluciente, como furgoneta mortuoria de gran clase. Los cuerpos, bien vestidos, con ropa de la talla de cada uno, limpia. Hasta los zapatos estaban limpios. En los bolsillos nada que pudiese indicar su identidad, de hecho, nada de nada. Eran cuerpos de regular estatura, en el promedio de peso y altura, sin marcas especiales ninguno de ellos. Aunque todavía el forense no había entregado su informe, se decía ya que era gente joven, menor de 40 años. La mismísima VAN ya era un prodigio de orden, similar a las VAN utilizadas por los periodistas de ese diario, absolutamente poco llamativa, nadie le daría dos miradas. Eso sí, limpia, pulida, reluciente.
Tanto Ángel como Gilberto, acostumbrados a las peleas entre bandas, repasaban los modus operandi de sus conocidos, tratando de orientarse en alguna dirección. Recordaban épocas pasadas, peleas políticas, vendettas, rivalidades, ajustes de cuentas y demás trivialidades del cada día policial. Cada uno aportaba recuerdos de trabajo y cada uno generaba posibilidades. En lo único en que estaban claros y contestes era que se enfrentarían a unas personas cuyo perfil sicológico no era muy común.
El hecho en sí, por demás dramático, ya era suficientemente horripilante con tan solo pensarlo para un cadáver, pero tenían ¡cuatro! en sus manos. La logística del caso era también complicada, los sitios para las ejecuciones y para el posterior lavado de los cuerpos, el acopio del vestuario idóneo, el hecho en sí de vestirlos y colocarlos en la VAN. Y por otra parte, ¿quiénes eran los cadáveres?, ¿por qué se cometía el hecho en ese preciso día? ¿Por qué se dejaban los cadáveres en ese lugar específico?
De seguro que la gente de Laboratorio tendría que trabajar a sobretiempo para dar luz en este caso. Pero ya habían hecho milagros en el pasado, y quien quita y pueden dar una gran mano en esta oportunidad. Esperaban los informes de Transito sobre la VAN, tal vez allí pudiesen tener la primera luz.
El sol comenzaba a molestar en ese lado de la cafetería, ya hacia un poco de calor. Solo tenían conjeturas de viejos policías y sobre conjeturas… NO SE HABLA...
3.3- Nadie sino el sabía que había pasado esa noche. Tal y como se había planificado y entrenado, así había salido todo. Sonreía para sus adentros y se envolvía en la nube de humo de su cigarrillo, ese cigarrillo que minuto a minuto le estaba consumiendo en pelea perdida, ese cigarrillo que era su enemigo mortal, pero que, a la vez, era su mejor amigo en los momentos de gran tensión. Recordaba con cariño el cuento ruso sobre la fila de hombres caminando, cada uno pensando que todos los que caminaban delante de él, cumplían con sus designios y por tal se sentían realizados, sin mirar atrás y ver la fila que les seguía, también con sonrisas en los labios, pensando lo mismo que el.
Era el eterno cuento de que “nadie sabe para quien trabaja“. Y en ningún momento mejor pensado que en este y, muy en especial, dada la importancia de lo que estaban cocinando.
Todos los ingredientes de la situación se habían pesado y sopesado; la logística había sido cuasi perfecta; el entrenamiento minucioso y estricto no había dejado detalles sin considerar; los tiempos de ejecución habían sido acatados hasta casi las milésimas de segundo; el profesionalismo estaba descrito y demostrado en cada uno y en cada momento. Era casi de salir gritándolo a los cuatro vientos. Era “su” orgullo.
Había salido perfecta la operación. Ninguna falla.
3.4.- Mientras en los medios los locutores leían las primeras páginas de los diarios locales y la gente se enteraba de la noticia, comenzaba a bullir la inquietud por la forma tan académica del hecho que se comentaba del cual no se tenía mayor información real por lo que se especulaba en todos los sentidos: Los politiqueros, al igual que siempre, se inventaron causas probables, la mayoría de ellas inculpando a sus opositores, del lado de allá o del lado de acá. Dependiendo de lo que entendieran, o de lo que quisieran decir, calificaban “el hecho” en todos los tonos; desde los que justificaban lo que hubiese sucedido haciéndose participes de lo que no se decía, hasta los que pedían la pena de muerte para todas las causas que no les fuesen particularmente positivas a sus banderas. Lo único que se conocía, a ciencia cierta, era que “algo había sucedido” y ni las autoridades, ni nadie, tenían ni idea del porque, ni de quienes lo habían protagonizado, ni como se había concretado, lo único cierto era que ese “algo” había pasado y todo el mundo trataba de entender que era.
3.5.- La estridencia de la radio no le dejaba concentrarse y a eso se le sumaba el galopar de su pensamiento, tenia tanto en que detallar, tantos porqué, tantas explicaciones… parecía mejor dejarse llevar por la situación e ir atacando cada cosa según se fuese presentando.
Tantas preguntas y tan pocas respuestas. Su autocritica era muy dura, pero nadie tenía porque saber de ella. Así era su esencia, para bien o para mal, le doliese a quien fuera, pensasen como quisiesen. Total, era la única persona que sufría, porque nadie más iba a sufrir, al menos por eso. Dejar entonces que cada uno pensase lo quisiese, entendiera lo que mejor le conviniera y, finalmente que vivieran como quisieran y… ¡que no le preguntasen!
Tomar esta decisión le llevo toda la noche, pero al final obtuvo paz en su cerebro.
3.6.- Los años le estaban cobrando la renta; a pesar de sentirse en la mejor forma, era obvio que no tenía las fuerzas de las que se ufanaba en el pasado; su forma de hacer deportes, sudorativa y no competitiva, que había sido su pendón durante tanto tiempo, estaba perdiendo su vigencia en cuanto al porqué, pues le estaba resultando que ahora ya no era una cosa de principios sino de “falta de aire” simplemente. Estaba llegando lógica y paulatinamente al estadio invernal de su vida y las nuevas etapas se hacían más evidentes y no dejaban resquicios para pensar que solo fuesen coincidencias y achaques aleatorios. Su pasión por la soledad y el egoísta trance en que se adentraba cuando caminaba, le resultaban cómodos para adentrarse en su retrospección de esa vida que le había tocado y que había elegido con o sin razón.
No podía quejarse y eso lo aceptaba sin ambages pues era una verdad catedralicia el que la mayoría de las cosas que había hecho en la vida habían sido obra de su voluntad, llana y pura. Demasiados años hacia que, afortunadamente, le habían colocado ante la disyuntiva de tener que trabajar para proporcionarse todo cuanto necesitase. No tenía aun 10 años cuando ya, con las pruebas en la mano, podía jactarse de estarse pagando el Colegio y las tonterías propias de un muchacho de esa edad. Recordaba con gusto la oportunidad en que desechó la idea de colocarse en seminternado en el Colegio, esa decisión le significo poder comprar un juego de química para lanzar cohetes. Años después, cuando le intentaron llevar como interno a una ciudad vecina, escapa quien sabe por dónde, pero lo que si se recordaba en la familia es que cuando sus familiares regresaron a la casa, allí estaba él, esperando por ellos. Esos dos hechos le concientizaron de sus propios logros y le permitieron buscar horizontes diferentes, cada vez con mayor optimismo. No podía negar que gracias a su adorada Madre siempre tenía trabajos donde ocupar su tiempo y obtener dinerillo para “el futuro”. Con paciencia y habilidad, Ella le había inculcado el hábito del ahorro; como era su costumbre, cobraba por él y le depositaba en el banco lo cobrado. De todo cuanto cobraba le dejaba el 25% y el resto, religiosamente, se lo depositaba en su cuenta. Se devanaba los sesos tratando de hacer la elección de su vida, leía y leía, otro habito inculcado a la buena por su Madre quien solía estar leyendo cinco libros a la vez y obligaba a sus hijos a estar al corriente de lo que ella leía para así poder discutir con ellos lo que día a día iban leyendo. La lectura, que se volvía placer ya con la discusión, le fue dando altura al horizonte y se aunaba a las películas que con tanta frecuencia contemplaba y que le hacían casi adicto. Sus sueños de niño volviéndose adolescente de voz ronca y bigote, le llevaron a pensar que el espacio tenía que ser el límite natural del hombre y que él quería estar allí cuando eso ocurriese. Su familia no era muy numerosa pero su Padre y todos sus Tíos eran Universitarios, Médicos, Odontólogos e Ingenieros; en su casa los temas de conversación mucho tenían que ver con la problemática de la Universidad de la Ciudad y los asiduos visitantes discutían con “conocimiento de causa” pues en su mayoría eran Profesores de esa casa de estudios. Las ideas “fantásticas” sobre el espacio chocaban con la realidad de la casa de estudios a la que no se le notaba la tendencia a cambiar de lo tradicional hacia estas novedades requeridas para hacer realidad esos sueños. Tocaba entonces que escarbar en las posibilidades que tenía el país por cuanto que, tal como se lo dijesen hacia tantos años, tendría que afrontar ese gasto, de su propio peculio… y ni soñar con ir al exterior a tratar de hacerlo, ni dinero, ni idioma, ni perro que le ladrara. Tal como le inculcaran en su casa, aprendió que en la vida las cosas se hacen, o se deben hacer, sin quejarse y sin hacer aspavientos y, sobre todo sin pensar, o mucho menos creer, que es una maravilla lo que pensamos o hacemos, una versión local de la Ley de Jante de los Nórdicos.
Años después a su regreso a la ciudad natal, trabajando como gerente en un medio de comunicación, tuvo la oportunidad de conocer a un Profesor de ese centro de estudios quien, en su casa de habitación, en un lugar perfecto de la ciudad, recibía personas interesadas en la práctica de la meditación Zen. Le llevó allí un magnifico amigo de la familia que, viéndole en un trance de stress, le convenció de que allí nadie le estaría tratando de inculcar religiones o filosofías, que solo estaría contemplando su interior y eso, a su medida.
La vida era plana. Cada quien se hacia su espacio. Cada quien era responsable por su futuro. Cada quien hacia crecer sus talentos. Cada quien buscaba, encontraba, se desarrollaba, se labraba un camino. La vida era ordenada, sin quejas o aspavientos, se trataba de ser realista, sin aparentar, dejando vivir, sin dejarse someter, ayudando sin pretender dar limosnas, trabajando sin considerarlo castigo, amando lo que se hacía, tratando de hacerlo lo mejor posible, equivocándose y aceptándolo, pidiendo disculpas, dando las gracias, practicando la humildad. Esa era la vida que hoy añoraba y que no estaba en consonancia con lo que estaba sucediendo.
Se preguntaba qué había sucedido que le había cambiado el mundo y le estaba dejando por fuera de la gran nave. Donde se quedaría ese mundo de optimismo en que todo era posible si te empeñabas y luchabas, donde no aceptabas ayuda para casi nada porque el hacerlo te disminuía, a tus propios ojos. Donde era un orgullo retornar a la casa y mostrar lo hecho, ¡sin que nadie me ayude!. Donde la palabra era el contrato. Donde la palabra valía. ¿Dónde se quedaría?
El mundo, claro está, no era perfecto, pero habían valores y cada quien tenía los suyos, la sociedad era armoniosa y existía un valor real: la familia. Las familias eran un orgullo para sus integrantes por lo que de bueno tenían. Se sentía muy bien cuando se escuchaba hablar bien de la familia, todo el mundo era igual, todos podían alcanzar lo que se proponían… claro que había unos hijitos de Papi, resabiados, malcriados, descarriados, a quienes se les iba la vida en politiquear y no en trabajar, estos pretendían, para no verse mal, que todos pensasen como ellos y hacían y deshacían en tal sentido. Siempre conseguían que alguien enchufado en el gobierno los mandase a beber a los bares de Europa, o del cono Sur, o que les brindasen una beca para irse al exterior y dormir el sueño de los justos simulando estudiar carreras sin futuro real, aprendiendo tan solo lo que los beodos de los bares podían enseñarles (denominado cultura popular social internacional). Dentro de ese mundo imperfecto nos aferrábamos a la Ley para contener al ingente número de licenciosos que se aprovechaban de las situaciones creadas por la mediocridad, para sacarle el mayor beneficio, sin costo alguno para ellos; existía el tráfico de drogas, al igual que ha existido desde siempre, pero se castigaba con mano entre fuerte y dura, no se justificaba la socialización del consumo ni mucho menos su tráfico, ni mucho, mucho menos su industrialización. De pronto dejamos de ser “seres humanos” y nos convertimos en “seres sociales” lo que nos llevó a dejar de ser proactivos personales para convertirnos en limosneros colectivos. Todo el orgullo de ser parte proactiva de una nación floreciente cambió a ser colaboradores de un régimen, para así justificar las limosnas que no solo aceptamos sino que, exigimos.
Se preguntaba donde pondría amarras este buque sin timón. Se preguntaba quien tendría el valor de ponerse al timón de ese buque.
Se preguntaba quien estaba delante de él en la columna y quien estaba detrás.
Acostumbrado a ser productor independiente, a creer que sus decisiones eran realmente suyas, sin vericuetos ni cortapisas, hacia girar sus neuronas pensando a quien le estaría, o estaba, haciendo el juego…
4.- LA EMPRESA:
La Empresa era una de las varias que, en el país, se dedicaban a las variantes del mismo negocio. Tenía sucursales en diversos sitios, su personal estaba compuesto por profesionales y, entre ellos, existía un nivel de profesionalismo competitivo que los mantenía en perpetuo estado de aprendizaje en el trabajo. Las sucursales tenían espíritu de grupo y luchaban por aparecer dentro de la Gran Empresa como corpúsculos con futuro, fruto de su labor diaria. El esquema organizativo, vertical, obedecía a la disciplina propia de la profesión y los desadaptados poco, o nada, tenían que esperar del futuro. La llegada de los jóvenes provenientes de las Escuelas de formación profesional siempre constituía un aliciente para todos pues era la oportunidad de ser “formadores de voluntades”, voluntades que a la larga revertirían sus frutos en pro de la obra y por ende devolverían con creces el esfuerzo que en ellos se empleaba. Una cosa era la formación profesional, especifica del trabajo que desempeñaban y otra la formación de la persona, inmersa en ese mundo en el que se combinaban trabajo y familias, máxime cuando la mayoría de quienes laboraban en un sitio habían nacido en otros lugares y siempre tenían a sus familiares directos en otras ciudades y pueblos. La Empresa trataba de brindar el calor de una familia grande a quienes llegaban a sus sucursales y era un orgullo para cada quien el ser parte de esas grandes familias. Grupos humanos vivos, en constante crecimiento, sincronizados con el crecimiento de la “Industria nacional”, con el desarrollo del país, con el acontecer profesional mundial, con una característica que los hacía “diferentes” y les permitía una ventana hacia el mundo apartada de la trillada periodísticamente.
Alfonso había llegado a ese medio buscando ubicarse en una empresa que le permitiese la posibilidad de estudiar, en algún momento, una cierta especialidad que no encontraba en los institutos educacionales y que investigando había llegado a la conclusión de que si alguien, en algún momento estaría involucrada con esa especialidad, seria precisamente, la EMPRESA.
Al igual que todos cuantos llegaban a educarse en la EMPRESA, encontró que existían formas y maneras que se le exigían, a las que debía adaptarse si es que realmente deseaba prosperar en ese medio. Al igual que los demás, entendió que tenía que desarrollar el conocimiento y las habilidades que le resultasen productivas a la EMPRESA si es que quería triunfar en ese medio.
Adolescentes mirando al futuro, sopesando los pros y los contras de una profesión dura, difícil, exigente, cargada de responsabilidad, absorbiendo en cada parrafada la responsabilidad sobre cada decisión que se toma, responsabilidades que, día a día, aumentan y cada una es mayor que la otra. Responsabilidades sobre la vida de propios y extraños pues todo es importante, desde el tornillo más insignificante hasta las labores de limpieza, desde la pureza del agua hasta el acopio y almacén de los combustibles y lubricantes, desde las vitaminas a consumir en los comedores de la EMPRESA hasta los exámenes médicos periódicos que aseguren el bienestar del personal. Y claro, la continuidad en la formación del ser humano que, como tal, tiene sus limitaciones y sus fortalezas que deben pulirse, ajustarse, profundizarse…
Alfonso llega a la Sucursal H después de pedir que le cambiaran de destino, lo que creía que lo mal pondría con el resto de la EMPRESA. Tuvo la suerte de solicitárselo a un Gerente Regional muy afecto a esta Sucursal quien, a su vez, no tuvo inconveniente en asignarlo a la Sucursal H, felicitándolo por su iniciativa y fuerza en mantener sus miras. Como todos los recién llegados, sufrió las bromas y novatadas y poco a poco se fue adaptando a ese medio en que, al igual que en todos los sitios, hacían vida profesional elementos de toda la geografía, con diferentes formaciones y diferentes trayectorias.
Todos los que allí laboraban disponían de habitaciones confortables y buenos servicios, comedores, zonas deportivas, etc. Los recién llegados, que en su caso eran solo él y su compañero José, solteros y sin familia en esa ciudad, pasaban la mayor parte del día en la Sucursal H.
Cada mañana tenían una reunión con todo el personal y allí el Gerente y el Jefe de Operaciones les hablaban sobre las actividades, lo que estuviese ocurriendo, la información que llegaba de la casa matriz y de las “cosas” que consideraban estaban ocurriendo que podrían afectar su desempeño como sucursal efectiva y eficiente.
Era un termómetro de la actividad que permitía que todos estuviesen enterados de lo que pasaba y, al mismo tiempo evitaba los corrillos sobre lo que no estaba tan claro en las órdenes o en el cumplimiento. Por lo general el producto era positivo y la pareja de recién llegados se fue integrando al centenar de profesionales que conformaban la sucursal.
Un buen día, el Jefe de Operaciones le mando a llamar a su despacho y le aviso para que esa noche estuviese disponible para acompañarle en una salida en la cual le presentaría algunas personas…
A la hora prevista se acercó hasta la oficina del J.O. quien le esperaba, y fueron a buscar al Gerente.
“Mira, Alfonzo, vamos a salir de acá y luego te digo por donde vamos…”
“Estaciónate en esa esquina donde no llega la luz del bombillo, que no se vea mucho el carro…” “Esperaremos aquí a que venga un amigo nuestro… No debe tardar…”
Pasarían no más de 30 minutos, cuando se abre una puerta de una casa y aparece uno de los integrantes de la sucursal… El Gerente y el J.O. se bajan del automóvil y se le aproximan… En un instante, luego de pocas palabras, los dos mandamases de la sucursal le propinaron unos cuatro puñetazos y luego le conminaron con voces y gestos.
Alfonso, actuando como chofer, observó todo el incidente. Con toda la calma que se pueda pedir los dos Jefes regresaron al automóvil y le invitaron:
“Vamos al Club a tomarnos una cerveza…”
“Mira Alfonso: lo que viste es una lección que le estamos dando a este fulano Gómez; esa casa de donde él salió es la casa del Técnico Revilla, a quien tu sabes que enviamos la semana pasada a Puerto Ordaz a buscar las piezas de acero que necesitamos para el proyecto “Nube 4”. Pues el Gómez se ha dado a la tarea de venir a darle pelea a la esposa de Revilla y, como puedes comprender, eso no lo vamos a aceptar, por mas vida privada que sea de cada uno. Vivimos todos en una situación en que cada uno cuida al compañero, cada uno tiene que cuidar al compañero. No somos ningunos santos, pero con lo de cada quien, no se juega. Esto puede servirte de lección, somos una gran familia y no somos la familia Putierrez.”
No hubo más palabras, ni en ese momento, ni después, ni al día siguiente, ni nunca.
El tal Gómez, con sus moretones, jamás dijo nada…
A partir de ese día Alfonso siempre se preguntó: “¿Por qué me llevaron a mi?, ¿Fueron dos lecciones?”
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