ALFREDO YÁNEZ MONDRAGÓN| EL UNIVERSAL
sábado 19 de noviembre de 2011 12:00 AM
Crispa la crudeza con la que Diego Arria describió la realidad que vive Venezuela. Su oferta electoral dista mucho del torneo de promesas que caracterizan este tipo de diatribas políticas. Algunos advierten que se trata de una burda maniobra de viejo zorro, de caza gazapos que sabe internarse entre las omisiones del resto. Más allá de esa lectura, hay que detenerse para advertir que su visión acierta en mucho con lo que nos pasa como país.
Arria, a lo largo de su intervención en el debate sin confrontación que se desarrolló esta semana en la sede de la Universidad Católica Andrés Bello, desnudó sin pudor las razones por las cuales es válido sentir miedo. Puso como ejemplo cercano la incertidumbre de quien sale de casa a trabajar o estudiar a merced del hampa, y ahondó en el concepto al extender -con precisión- la barbarie por venir si Venezuela sigue inserta en la resignación por el odio y la violencia desatada y amparada por un sistema corrompido, a más no poder, por la mano criminal que da por válida la impunidad.
Al comparar su mensaje con el de Henrique Capriles, Pablo Pérez, María Corina Machado y Leopoldo López, el miedo aumenta. Porque frente a una certeza repetida: los males del país; solo Arria insiste en que el primer paso es desmontarlos de raíz; en un tiempo corto pero efectivo; propicio, eso sí, para que exista la posibilidad de un cambio popular, de una mejor Venezuela, de ir todos pa'rriba, de andar por un camino de progreso...
¿Seremos capaces, en medio de la euforia fanática que circunda cualquier campaña electoral, de advertir que aquello de dar un paso a la vez, no está atado únicamente a los retos deportivos de un atleta; que aquello de amanecer una mañana en lo más alto de la tabla de posiciones, no es producto de la casualidad, sino de aplicar la disciplina, las reglas y el orden? Da miedo.
También da miedo que solo nueve minutos y medio hayan bastado para que muchos venezolanos variaran su percepción de la realidad, desecharan una primera opción de voto y se replantearan la perspectiva de un futuro que luce inseguro para todos, lo que exige un compromiso, un desafío.
Da miedo que de la noche a la mañana, por una advertencia de justicia, atada a una radiografía de deterioro estructural, el paradigma de que solo una figura joven tiene capacidad para recomponer el desaguisado se deshaga, y la historia comience a reescribirse. Da miedo pensar que antes que reflexión y análisis, prive la superficialidad frente una situación de crisis, y que por catarsis o por revancha, se avale una propuesta que fue precisa al deslastrarse de cualquier tipo de venganza o retaliación.
El miedo con el que Diego Arria inició su intervención frente al país, teniendo al lado a candidatos muy valientes y seguros de sí mismos, es real y compartido. Esta semana ha sido evidencia clara. La campaña electoral, de cara a las primarias, recién comienza y los miedos afloran. No es malo tener miedo, porque eso nos hace humanos, lo malo puede ser ampararnos en ese miedo para dejar de actuar, o peor, para escondernos en medio de la fiesta y dejar que todo siga su ritmo, en el empeño de que las cosas cambien para que todo siga igual.
Incisos@hotmail.com
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