2012/09/27

7745.- HOSVOL Sep2012

Federación de Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago en España
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BOLETÍN INFORMATIVO. Nº 58
Septiembre de 2012
SOBRE LO EXCESIVO
Lo reconozco: pienso en el Boletín de Hospitaleros cuando se acerca el momento de tener que prepararlo y enviarlo. Pocas veces –salvo los tristes anuncios de amigos hospitaleros que se han ido y la agenda de convocatorias- tengo preparado de antemano lo que va a ir en esta hoja volandera.
Esta vez, tampoco ha sido distinto. Así que, sólo en los últimos días, se presentó ante mí el tema para el número de septiembre: lo excesivo.
Fue viendo el exceso de algunos hospitaleros cuando intuí que este podía ser el tema y que puede dar para un rato de reflexión. Y recordando que a lo largo de este verano he visto el exceso en lo que estamos haciendo, me lancé a ello.
Exceso en lo que se ofrece olvidando un básico principio de austeridad: llevados, estoy segura, por la ilusión de ser hospitaleros, el sentido del deber y el del compromiso –por otra parte tan distante en otros “hospitaleros” que no han entendido qué es esto del compromiso- algunos de entre nosotros construyen una acogida que termina midiéndose casi en exclusiva en lo material: cenas compartidas que parecen las de las bodas de Camacho, ambientes súper cargados de información, adornos desmesurados…
Exceso en el comportamiento de los hospitaleros que equivocan acogida y calidad con hacer del albergue un resort TI (ya sabéis: todo incluido) en el que el peregrino tiene que estar ocupado con todo lo que para él se ha preparado mientras esté en el albergue.
Todo eso es excesivo. Los peregrinos necesitamos un lugar donde descansar. Un sitio donde “abandonar” por unas horas nuestras pertenencias; un lugar seguro. Un espacio para compartir vivencias y emociones. Y tiempo también para el silencio y para la oración.
Eso es lo que deben procurarnos los hospitaleros.
Pero ideas equivocadas de cómo se ha de proceder llevan como resultado que el lugar para descansar está limpio pero no lo suficiente porque ya desde pronto por la mañana las energías están muy gastadas o porque no se ha dormido bastante al no ser capaces de racionalizar la fuerza de trabajo. Que el espacio y el tiempo para compartir entre los peregrinos están tan organizados y normalizados que hay poco espacio para la espontaneidad.
El Camino siempre tuvo hospitaleros (gente hospitalaria, en verdad) que facilitaron a los peregrinos llegar a Santiago y hasta hace relativamente poco tiempo no era posible asistir a estas “ceremonias de la acogida” en ocasiones muy alejadas de la tradición. Sal y fuego eran ofrecidos, junto a un techo, a los peregrinos. Y era suficiente aunque no pretendo yo que volvamos a tal cosa. Pero ahora si no hay para cenar una ensalada no sé cómo, una pasta a la no sé qué o exquisiteces culinarias varias, los hospitaleros no se sienten tales y resulta que la acogida pasa solamente por ahí y no por procurar tener la sonrisa ancha y la voluntad de servir.
Me declaro absolutamente culpable de lo que arriba expongo porque formo parte de los cursillos de nuevos hospitaleros y, entiendo, que no transmitimos bien qué debe hacer un hospitalero: sin pasarnos de la raya, haciendo una acogida normal, sin alharacas, porque no estamos obligados a más de lo que ellos –los peregrinos- puedan esperar.
Y de nuestro modo de hacer dependerá que los caminantes elijan en qué albergue parar porque así se lo han recomendado en lugar de dejar al camino que les haga el Camino.
Tenemos un material precioso con el que trabajar –por el que trabajar- pero estamos a punto de pervertir todo lo que nos animó a ser hospitaleros porque lo encontramos por el Camino: fraternidad, calidez, espiritualidad, austeridad, humildad…; he oído comentar a un hospitalero tras anunciar lo que había para cenar y, ante mi sorpresa por lo pantagruélico, que lo hacían porque los peregrinos se lo merecen ¿? No creo que se trate de dar un premio por haber llegado hasta esa meta sino de procurar el descanso para alcanzar otra meta más, hasta la pensada por todos.
Tanto exceso, ¿tendrá que ver con no saber medir la emoción de ser hospitalero? o ¿no será que queremos perdurar en gente que no veremos más? En los cursillos de novatos decimos siempre que el mejor albergue es ese que funciona sin que parezca que alguien lo dirija; y que cuando el peregrino recuerde esa jornada, a sus compañeros, al albergue, también recuerde al hospitalero pero se pregunte ¿cómo se llamaba?
Y hago mía, Joaquín, esta estrofa de “El caso es andar” de Cecilia porque viene al pelo esto último que comento:

No dejo rastro ni huella.

Por no ser ni soy recuerdo.

Yo paso haciendo silencio, sin ser esclavo del tiempo.
El caso es andar.
El caso es andar.

Y el caso es que hablo de novatos y de sus cursillos y, por esta razón, quizá algunos piensen que me estoy refiriendo a nuevos hospitaleros cuando relato lo anterior; no, en lo que hemos observado este verano se cuentan novatos y también veteranos que ya han “hecho callo” y que no piensan cambiar su manera de actuar porque saben que generan dinero en el albergue y por eso saben –lo saben, están seguros- que su modo de proceder es el pertinente.
Pero también hay otros excesos, justo por el extremo contrario: hospitaleros que no hacen nada de lo que se les ha encomendado. No acogen: sólo indican dónde dormir; no acompañan: están en su habitación o no se mueven de la recepción; no limpian: y después los siguientes hospitaleros te muestran cómo dejaron el albergue o te lo afean los responsables del albergue; no se interesan por los peregrinos salvo para saber el número de ellos, por lo de la paella que harán para ser admirados…; no son capaces de acoger a sus compañeros, los que les van a suceder porque aún no es día 16.
Desde luego este exceso en dejarlo todo al devenir no es admisible porque con su recuerdo, con la imagen que dejan –la suya- va la imagen de Hospitaleros. Y puede que aquí, en este caso, tampoco se acuerden del nombre del hospitalero porque tiene un sobrenombre: el pasota, el sobrado, el aburrido de ser hospitalero, el que no tiene interés por los peregrinos (y alguno más menos delicado)
Y va el Camino y vuelve a hacer de las suyas: dándole vueltas a qué escribir y a cómo hacerlo, esto del exceso iba en cabeza de lo posible. Y cuando nos reunimos hace unos días para organizar el Encuentro de diciembre se puso ante mí una frase de Antonio Gaudí: la originalidad consiste en regresar al origen. Resulta que siete palabras resumían todo lo que se me agolpaba como idea para este boletín. El origen, el nuestro, fue la austeridad y el trabajo bien hecho. No lo perdamos de vista.
Buen otoño.-

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