Carta abierta a mi vecina Tibisay
OFELIA AVELLA | EL UNIVERSAL
lunes 22 de abril de 2013 12:00 AM
Cuando se dicen tantas mentiras públicamente,
se hace necesario contrarrestar con verdades, también de modo público. Hablo por
mí y por mi familia, aunque lo vivido podrían narrarlo de la misma manera todos
los vecinos que estuvimos presentes en su casa durante la noche del primer gran
cacerolazo.
Primero narraré qué hicimos, pues nunca supimos si
Ud. estaba allí; luego intentaré explicarle por qué
caceroleamos.
Le explico. Justo a las ocho, las personas fueron
saliendo de sus casas y edificios a cacerolear. Espontáneamente fuimos
acercándonos a su casa, ciertamente. Muchos vinieron de otras calles cercanas.
No sabría decirle cuántos éramos. ¿Qué hicimos? Caceroleamos muy duro, gritamos
"reconteo", "queremos a Venezuela y no a Cuba" y cantamos el himno nacional.
Llevamos una bandera que guardamos desde hace más de 80 años en nuestra familia.
Una bandera que tiene más historia que todos nosotros, incluyéndola a Ud. Es una
bandera vieja, roída, usada: que conoce las luchas y desafíos de esta patria
nuestra: tan nuestra como suya, pues Venezuela es de todos. Sus guardias son
testigos de todo lo que digo, pues estuvieron allí, junto a nosotros,
mostrándose respetuosos y amigables, inclusive. Seguramente ya habrán sido
reprendidos por habernos dejado llegar tan lejos, pero es que no tuvieron que
resguardar su vida nunca, pues nuestras armas fueron las ollas, la bandera, y la
verdad, por supuesto. Quizás ya hurgaron en la intimidad de sus
conciencias al revisarles sus celulares, para verificar si aparecía en
ellos una foto de Capriles. Quizás ya cambiaron la estrategia, pues, pues vemos
que cada día son más; quizás muchos de ellos ya no son venezolanos, para evitar
así que dialoguemos y nos reconozcamos como hermanos.
Vemos, sin embargo,
que los cacerolazos no paran y son, cada día que pasa, más fuertes y valientes.
Así será cada día, pues mientras ustedes oprimen, a Capriles se le suma gente,
pues con amenazas no se puede gobernar. Sus propios guardias, sin ir muy lejos,
fueron los principales testigos de la mentira que supuso decir que pudimos
asesinarla y robarla. No le haremos nada Sra. Tibisay. No somos asesinos ni
ladrones. Sólo somos venezolanos que reclaman sus derechos libremente, pues
esperamos vivir en un país democrático. Fuimos nosotros quienes nos sentimos
robados, ignorados, traicionados. Por eso fuimos a su casa. Sabe bien que nunca
antes lo habíamos hecho. Si esta vez lo hicimos fue porque Ud. representa,
quiéralo o no, una institución que debe ser imparcial. Cuando se es funcionario
público, toda persona se expone a que el pueblo le reclame sus derechos, sobre
todo si se le ha expoliado. Esto ha llegado a un límite y Venezuela ya lo sabe.
Lo que quizás sucede es que ustedes no lo previeron así...
Esto, para más
o menos explicar por qué estamos indignados.
Me atreví a decir a sus
guardias que mientras más protección se necesitaba, más miedo se sentía. Y el
que la debe la teme. Todos me escucharon y ninguno respondió. ¿Sabe por qué?
Porque ellos saben que es verdad. Cada día, de hecho, son más, pero aunque toda
Fuerte Tiuna rodee sus casas, no habrá paz en su interior, pues no somos
nosotros -sino su conciencia- quien los asedia.
Le informo que más que
querer atentar contra su vida, muchos de sus vecinos sólo han rezado por usted.
Cosa muy distinta. Personalmente toqué el timbre de su casa hace un año para
ofrecerle una imagen de la virgen que recorría el vecindario, pero me impidieron
incluso explicar nuestra intención. No era una bomba. Era la imagen de la
virgen. Y nuestra intención era rezar por la paz de Venezuela. Eso sucedió,
curiosamente, justo un año antes de la gran marcha del 7 de abril en Caracas.
Los caminos de Dios son extraños, pero así fue. Resulta que ahora, un año
después de ese intento nuestro por acercarnos a Ud., los venezolanos tenemos un
país distinto, en una situación crítica, y con otro panorama más que diferente,
pues Venezuela quiere un cambio y quiere, ante todo, PAZ. A lo largo de este
tiempo, muchos le hemos pedido a Dios, muy por el contrario de lo que piensan
algunos, que la iluminase -a Ud. y a todos- para que obrara con rectitud, pero
el gran riesgo nuestro es que somos libres. Y sólo libremente decidimos qué
hacer.
Como nuestros actos, sin embargo, no son nunca aislados, nuestro
obrar incide en otros. Así, pues, de nuestro obrar (incluyendo las omisiones)
dependen miles, según el grado de responsabilidad de cada quien. Por eso no
puede extrañarle que, pacíficamente, como evidenciaron sus guardias,
reclamásemos indignados, pues quien representa un ente público debe asumir
también, públicamente, las consecuencias de sus actos.
Cuando Pilatos
dijo a Jesús que "él tenía el poder de soltarlo", pidiéndole que se defendiera,
Jesús le respondió sabiamente -como sólo puede hacerlo el Hijo de Dios-, que "no
tendría poder alguno si no le hubiese sido conferido de lo alto". Así, pues,
como el tiempo de Dios es perfecto, el momento llegará. Y como he leído
últimamente en muchos perfiles de teléfonos, concluyo diciendo: "para verdades
el tiempo, para justicia, Dios". Esto, sin embargo, no nos exime de la lucha.
Antes bien, la fortalecerá.
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