Posted: 25 Apr 2013 11:10 PM
PDT La Tribuna, Honduras
ESA fiebre tropical que le pega al poder que manda de querer
perpetuarse es, ahora, casi la regla, más que la excepción. Lo que está
desfigurando el disfrute de la democracia en países con regímenes cada vez más
abusivos y autoritarios, donde el poder se acumula de forma tan
desproporcionada que, en vez de someterse a las leyes, las mutilan, las trastocan
y las manosean a conveniencia. No es el capataz que deba subordinarse a la
Constitución, es más bien la ley que tiene que amoldarse, al insolente capricho
del mandamás. Lo que inicia como un mandato legítimo, producto de una consulta
popular, una vez que las mieles de poder contaminan los sentidos y la ambición
destruye cualquier residuo de demócrata que pudo haber tenido cuando inició,
acaba por convertirse en fastuosa corona, al antiguo estilo de las utilizadas
en monarquías anquilosadas. El rey se siente imprescindible, con poderes
omnímodos y derechos divinos para continuar indefinidamente, incluso para
señalar de dedo a su sucesor. El poder se sostiene con recursos ilimitados, más
cuando se trata de regímenes opulentos sentados sobre pozos petroleros o
yacimientos de gas, para financiar la continuidad de sus designios celestiales,
repartiendo migajas a pueblos menesterosos que, vaya ironía, por la misma
situación ruinosa en que se encuentran, agradecen los mendrugos que caen de la
mesa del gran benefactor.
Así que son inusuales aquellas
demostraciones de desprendimiento donde las democracias han madurado y se
encuentran más cimentadas. Por ejemplo en Brasil, cuando el popular mandatario
anterior pudiendo escoger el atajo de sus vecinos, -sacudiéndose del hombro
cualquier fea tentación absolutista- optó por someterse a la ley para permitir
que el vacío lo llenase una mujer quien -nada de malo tiene eso- capitalizó los
réditos de un buen gobierno. O como pasó en Colombia, donde Uribe, también gozando
de elevada aceptación acató, sin parpadear, una sentencia de los jueces: “La
persona que ha desempeñado el cargo en la única oportunidad permitida, o que
haya completado el tope de los períodos constitucionalmente autorizados, es
inelegible para el mismo cargo y no tiene garantizada jurídicamente la
posibilidad de aspirar otra vez, por lo cual no puede ser reelegido”. Esta
figura jurídica conocida como “inelegibilidad” incluye la prohibición al
sufragio pasivo, o sea, la prohibición a ser candidato. Los magistrados
explayaron su opinión jurídica ilustrando que “la extensión del mandato
presidencial suscitaría controversias en torno a la separación de poderes y el
sistema de frenos y contrapesos previstos en la Constitución”.
Ahora, más reciente, también en
aquel mismo país, el actual mandatario cierra así una polémica sobre su
continuidad: “Estoy convencido de la conveniencia de la tesis que sustenta una
posibilidad de no reelección, pero con períodos más largos y coincidentes”.
“Pensé, equivocadamente, al parecer, que una iniciativa como esta sería de buen
recibo por todos, incluyendo la oposición, pues no implicaba la prórroga
automática de mi mandato sino que, en cualquier caso, demandaría el concurso
del pueblo colombiano a través de elecciones. Pero así no ha sido entendido por
muchos, y como soy el primero en considerar que el país lo que necesita son
iniciativas que nos unan en lugar de dividirnos, considero que sería
inconveniente dar trámite en el Congreso a cualquier iniciativa de esta
naturaleza”. Son ejemplos, para que bien pueda apreciarse, que las
constituciones están escritas pensando que los líderes, cuando la juran, se
someten a su majestad, como convencidos demócratas que respetarán la confianza
de sus pueblos, sin pretender desemejar las leyes, a capricho o provecho
personal.
LA FIEBRE
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