Ícaro, bajo tus alas
EDILIO PEÑA | EL UNIVERSAL
martes 28 de mayo de 2013 12:00 AM
La mano del escritor es el ala de su imaginación, y sobre todo, de su aguda percepción. Después de remontar la montaña que ha fraguado con sus palabras, al llegar a la cima del sueño dilecto, comienza a volar tan alto o más que un pájaro, pero siempre bajo las alas inmensas de Ícaro, ese mito que desafió lo imposible, y quien como él, está persuadido de no acercarse demasiado al Sol ni al mar. El riesgo de que el fuego derrita sus alas o las ahogue el agua profunda, habla del poder y el riesgo que implica escribir con el ala de la mano, mucho más, al sentir que ésta expande una lucidez desacostumbrada.
Entonces, juntar palabras es un desafío que lleva al escritor a cruzar umbrales que nadie se ha atrevido, a prefigurar -inclusive- el destino que signa a los personajes de sus ficciones o a la persona de la realidad. Volar es querer ir más allá, aunque se conozca la ruta. Escribir es una de sus representaciones; sobre todo, escribir poesía. Porque la poesía es el ojo despierto que mira la esencia de la totalidad, la plenitud escondida. El poeta compone con pocas palabras. Con ellas puede reunir los mundos, descubrir la hendidura por donde cada quien sueña ser único. Por eso es amante de la brevedad.
Cada hallazgo poético son tallas repujadas de ese destello, del relámpago que la realidad esconde con bruma y peso entre la tormenta. Los astronautas enmudecen cuando contemplan la poesía del universo profundo de las galaxias y, después, al regresar a la tierra, gustan refugiarse en el espacio que prodiga el ensimismamiento; porque, finalmente, han encontrado al poeta que habían olvidado. Mas, no siempre en los mejores poemas está la arrebatada emoción, el sentimiento que llora. Lo inaprensible, allí donde desciende el rayo de la verdadera luz del poema, no se halla necesariamente en el cuerpo doliente de lo humano, más bien, en ese espectro invisible que lo trasciende en levedad. En cambio, la política necesita de la incontinencia verbal, la poesía no. El político explica, el poeta, revela. Paradójicamente, los grandes líderes que funden política con espíritu, descubren una acción resolutiva que va más allá de la táctica y la estrategia. Las causas sociales que redimen solo a los colectivos, son inútiles, sino no tienen como principio y fin, redimir al individuo. Jesucristo fue el primer iluminado, que descubrió a través de la parábola, esa forma poética que derrotó a un poderoso imperio.
Este ensayo atiende al río de la poesía que celebra en su cauce, ese libro magnífico de Ana Rita Tiberi, Ícaro, bajo tus alas. Libro donde cada poema es la mirada atenta que contempla el trazo del ala en el aire, ese ideograma que contiene el límpido y ancestral misterio que constituye la trama del vuelo, entre el viento y el aliento. Cada página de este libro es como la secuencia de un infinito aleteo. El cielo se acuña en ese escenario de papel, y se multiplica en las estepas de muchos horizontes, a veces luminosos o ensangrentados. El alma del ser -que una vez fue pájaro o ángel desterrado que perdió las alas- asoman en estos poemas, escritos con belleza, suavidad y deslumbramiento. Igual encontramos en ellos, el canto o el trinar de los picos que terminan por reverberar en eco, suspendiendo el silencio en una nada embriagante. Un concepto gesta el libro: le da orden en su composición sin que la técnica lo agote. Su invisible estructura no se impone sobre los poemas. Así, tenemos la sensación de que cada poema es el vuelo de un pájaro diferente que cruza el amanecer, el mediodía, la tarde, hasta hundirse -como la flecha del arquero ciego- en la noche honda donde un árbol lo espera. Aun siendo el mismo pájaro quien vuela, la transfiguración poética no permite advertirlo fácilmente. Incandescencia y revelación, nos arrolla y subyuga con su vuelo fugaz, intenso, pero perdurable. Con sus poemas, Ana Rita mira volar a los pájaros, y nosotros miramos a través de ella, el vuelo glorioso de esas alas que se despliegan y que deseamos tener en medio del desamparo. Por eso, su libro convoca una nostalgia por el primer vuelo, por aquella primera ave que cruzó los cielos. Esa que una vez fuimos y olvidamos.
Entonces, disponerse a leer Ícaro, bajo tus alas, es como tomar un pájaro de corazón caliente y alas inmensas, para que nos lleve a las cumbres, a las mismas montañas de los Abruzzo, en Italia, allí donde nació Ana Rita Tiberi, y desde donde por primera vez, hizo suyo el vuelo, y avistó la tierra que le esperaba, para convertirla en poeta: Venezuela.
Que va tan veloz por los aires.
edilio2@yahoo.com
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