2013/06/30

8086.- El placer de la lectura...

Entre los muchos gratos recuerdos de mi niñez destacan las "tardes de corredores" de casa vieja que disfruté en la compañía muy grata de mi Tía Teolinda, una de las cuatro hermanas solteras de mi Abuela Angela, que hacían vida en la Casa de Las Tías, hoy conocida como Casa del General Paredes, asiento del Museo de Arte Colonial de Mérida, Venezuela.

Eran "tardes de corredores" por cuanto que en los cuatro corredores que rodeaban al patio principal habían, en las esquinas, unos jueguitos de sillas de paleta y de mimbre, en los que se sentaban las Hermanas Briceño en las tardes, para contarse y recontarse las historias de Mérida y sus pobladores, para recibir visitas de la familia y de las amistades y, cosa maravillosa, para leerles a los resobrinos las extraordinarias aventuras, que de su biblioteca saltaban, para llenarnos la imaginación con otros sitios allende las montañas y los mares y con otros conocimientos y costumbres que debíamos aprender porque, "algún día les serán muy útiles".
Las cuatro hermanas solteras y mi abuela, todas tocaban el piano y pedaleaban la pianola, nos hablaban de las funciones de Teatro que otrora se montaban en la casa, de los saraos músico culturales  de otros tiempos, donde "no se le faltaba el respeto a nadie", de los recitadores, tenores, actores, lectores, poetas, que frecuentaban la casa, en vida de los Adolfos, padre y hermano. Recordaban los inicios de la Botica Principal de la Salud que estuvo en la esquina de las calles Bolívar y Lazo. Nos contaban sobre el supuesto túnel que "decía la gente" que existía entre esa casa y la de las monjas al cruzar la calle, en una oportunidad que arreglaban el jardín abrieron un gigantesco hueco y el túnel...  no apareció.
Mi historia de hoy va entrelazada con lazos de bondad infinita con la Tía Teolinda quien, llena de paciencia igualmente infinita, trataba de conducirme hacia el exacto contenido de los inagotables tomos de la biblioteca, los rastros de la Historia Patria, el humor de los escritores, la imaginación Verniana, la exactitud Matematica, la generosidad y bondad de la Medicina y, entre tanto amor y entrega hacia los demás, el pragmatismo de la vida real donde todo se inicia y todo se termina.
A los efectos prácticos le tocaba a ella, la Tía Teolinda, ser el eje de la lectura por ser la escritora del grupo, la que en sus años mozos dedicó su tiempo a soñar con publicar obras  de prosa y verso, aupada por el resto de la familia que la escuchaba todas las tardes cuando hacía lectura de publicaciones de todo tipo. Era, la Tía Teolinda, mujer de figura menuda, de risa fácil, y a la vez de fruncido ceño cuando de malas palabras se trataba, de memoria viva, gran capacidad de descripción, en extremo generosa... era capaz de describir el Arco del Triunfo como si estuviese plantada frente a el, describir algunos escondrijos del Vaticano como si alguna vez hubiese estado allí; hacer mapas indicando los caminos que salían de Mérida hacia los llanos, hacia Valencia y Caracas, hacia el pueblo de los Maracuchos como le decía a Maracaibo y el Lago.Todo lo hacía como si alguna vez hubiese salido de Mérida. Uno de sus mayores orgullos era un comentario que le llegó desde París, a propósito de su cuento "El Castillo de Saint-Alban" que allá, en la ciudad luz, le fue publicado en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. María Guerra se llamaba una prima, hermana(¿?) del Doctor Pedro Guerra Fonseca que vivía en París, con quien la Tía mantenía una eterna comunicación epistolar. De esas cartas, que se leían en las tardes de corredores, aprendimos lo que se decía en las criticas literarias sobre los trabajos que regularmente enviaba la Tía Teolinda. Su orgullo era que los franceses pensaran que Ella conocía la ciudad de París como a sus guantes de cabritilla negra, que pudiese describir sus costumbres como si hubiese vivido allí por años, que se conociese la ciudad, las calles, los nombres de muchos establecimientos... y claro, eso daba de que hablar y mucho... Una tarde cualquiera con Ella contando historias significaba pasear en los barcos trasatlánticos, desembarcar en España o en Portugal e ir, casi en peregrinación, a Madrid, a los Pirineos, a Lourdes y casi como la Meca, finalizar el viaje de ida en París. Recorrer los café con la gran amiga, enterarse de los últimos cotilleos de la política francesa, recibir noticias sobre los adelantos de la medicina y recibir, como no, peroratas sobre Voltaire, Avignon, y...en gran cuantía sobre los Museos... siempre había noticias sobre los museos... quien, cuando, por cuanto tiempo, al lado de quien. Enamorada, también, como estaba de las matemáticas siempre encontraba temas para relacionarnos con Julio Verne y ponernos a soñar con viajes interplanetarios. "Cinco semanas en globo", "De la tierra a la Luna",  admiraba especialmente a Charles Dickens, y tuvo fascinación por la obra de George Wells la Guerra de los Mundos y nos los presento como amigos, como amigos suyos.
Total que esas tardes de corredores de casa vieja no fueron soledades ni tiempos perdidos, tal vez no me halla quedado nada del otro mundo pero, en lo que a mi concierne, la Tía me dio un regalo  imperecedero, me dio el placer de la lectura activa. Eliminó de mis solares la soledad y eso, no tengo como agradecerlo.
Que Dios la tenga a su lado y que ella esté escribiendo, y leyendo con su hermosa voz, en verdes praderas.

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