Durante años se dijo que participar en las elecciones organizadas por un régimen autocrático equivalía a legitimarlo, lavarle la cara, impedir o retardar su colapso. La experiencia demostró exactamente lo contrario:
- La legitimidad de un gobierno no depende de que sus opositores se reduzcan a usar los medios más extremos –y solo ellos- para enfrentarlo. En el caso de las elecciones, el fantasma que resurge una y otra vez es el de la abstención. Votar equivaldría a reconocer al gobierno y de esa manera remozarlo ante el mundo. No hacerlo, sería en cambio la mejor manera destruir su pretendida legitimidad de origen. ¿Votar para qué? inquiría Fidel, pretendiendo desasirse de la promesa electoral que había hecho a los cubanos antes de llegar al poder. Una vez alcanzada la cima del Estado desechó el mecanismo electoral y optó por consolidar un duro régimen de fuerza que al final ha fracasado sin atenuantes. En casi ningún otro país latinoamericano la abstención ha sido tomada en serio, ni se ha creído que al usarla quedarían proscritas otras formas de lucha.
- Desde los primeros escarceos electorales de 1936 durante el régimen del general Eleazar López Contreras, las fuerzas progresistas usaron esa forma de luchar aún a sabiendas de que las condiciones no eran equitativas, justas, plenas. Los pequeños grupos de izquierda, de centro o de derecha pelearon los precarios espacios que se sometieron a consulta electoral y a partir de ellos construyeron liderazgos que con el tiempo dominaron la política durante décadas. A nadie se le ocurría decir que esa participación fortalecería a los gobernantes. En realidad los fue desgastando hasta que se produjo el amplio viraje democrático que entregó la dirección a un estupendo, moderno y joven liderazgo. Rómulo Betancourt acuño una fórmula que se hizo célebre. Desmarcándose de quienes decían que entrar en el Parlamento dejado en herencia por el dictador era legitimar sus falsas y sangrientas instituciones, Rómulo Betancourt acuñó una fórmula que se hizo célebre:
- Entraremos al Congreso con el pañuelo en la nariz
Era un espacio visible que multiplicaba la voz de la oposición democrática. Era un salto adelante, premisa de los que se seguirían dando. ¿Qué se hubiera ganado colocándose al margen, en nombre de los principios? Absolutamente nada. Los nuevos líderes emergieron en el debate abierto. Al principio no lo tuvieron todo, pero al final vencieron.
- En la actualidad ocurre algo parecido con el diálogo que reúne al cuestionado régimen de Maduro con la MUD, bajo facilitación de UNASUR y El Vaticano. Las mismas voces que siempre condenaron las participaciones electorales atribuyéndoles que convalidarían las autocracias, sobre todo cuando daban síntomas de hallarse contra las cuerdas, se levantan contra la idea de dialogar con el gobierno.
- Con criminales no se negocia. Es un asunto moral, sentencian con altivez.
Lo cierto es que criminales como Stalin y Mao son casi irrepetibles, y sin embargo Roosevelt, Churchill y el movimiento democrático mundial encontraron en un momento dado la manera de resolver con ellos trascendentales problemas que la Humanidad reconoció. Pinochet era un criminal de siete suelas y no pudo evitar sentarse a negociar con la Concertación Democrática un referéndum que lo sacó del poder.
- Por supuesto que la Política ha de ajustarse a principios morales, sin olvidar que el más importante de ellos es la conquista del sistema democrático sobre las ruinas del totalitarismo y la dictadura, siempre con medios irreprochables. Si la abstención, por muy adornada de alocuciones morales que esté, consolida la dictadura, no podrá ufanarse de actuar conforme a la Etica y los principios. Será en el mejor de los casos la máscara de recónditos egoísmos y vanidades.
- En homenaje al enorme avance del Derecho Internacional Humanitario, los autócratas se revisten cínicamente de una precaria legalidad. En América la última sobrevivencia totalitaria a la antigua es la de Cuba porque en 1959 la sociedad civil y la defensa de los Derechos Humanos carecían de la significación que tienen ahora. El totalitarismo pretende copar todos los espacios. Para derrotarlo deben usarse todas las formas imaginables de lucha, sin renunciar a ninguna. Desistir del voto con aire de duque ofendido es entregar espacios que el otro utilizará para ampliar sus dominios.
- El diálogo va con la corriente. Presionado por los heroicos estudiantes y la terrible crisis de su catastrófico régimen, el gobierno regateará concesiones. Desanimar el diálogo y descalificar a los negociadores democráticos es favorecer su juego. La Democracia ha de usar las formas de acción que pueda. Contraponer el diálogo a las protestas de calle es absurdo. Nadie negocia por los estudiantes.
- Se dice y repite que el diálogo es una astucia oficialista para enfriar las calles y ganar un tiempo que más bien va contra el gobierno. Si Santos y las FARC negocian sin suspender la guerra ¿por qué Venezuela suspendería sus protestas para dialogar? Renunciar a un debate tan supervisado por el mundo es cortarse un brazo. Mundo de locos sería que el victimario cante loas al diálogo y la víctima prefiera rehuirlo.
- Conforme a un viejo proverbio inglés the proof of the pudding is in the eating. En cómoda traducción al castellano: La prueba del buñuelo consiste en comerselo. Vamos, pues, a esa prueba. Las abstenciones estuvieron a punto de desaparecernos mientras que la participación ha marcado el incesante ascenso democrático y el manadero dirigencial, que aparece cada día. Los líderes democráticos de la hora surgieron de esa fuente.
Y es que los buñuelos, señores, cantan
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