El efecto Leopoldo
DANIEL ASUAJE | EL UNIVERSAL miércoles 16 de septiembre de 2015 12:00 AM
No me cuento entre los partidarios de Leopoldo López, pero sí lo soy de una sociedad que no lo persiga. No soy su partidario, pero sí lo soy de su libertad y derecho a opinar según su libre albedrío, aun cuando opinemos distinto. Y es que me incluyo entre quienes suscriben la idea de democracia como el sistema político que da a todos las mismas oportunidades de ser tan distintos como así podamos. El debate propio de las democracias no es sólo un medio eficaz para enriquecer el camino hacia las soluciones compartidas, es también una cura infalible contra la monotonía aburrida y típica de las dictaduras monopensadoras.
Las sociedades monopensadoras son semejantes a las colonias de amebas. Allí todos son genéticamente iguales, completamente sustituibles, la ausencia de uno en particular ni se nota. Las amebas de hoy son tan iguales como las de hace más de 2.000 millones de años. Todo un logro de persistencia. Las soluciones que dan a los retos de la vida son idénticas a los de sus antecesoras. Quizá alguien estime como un gran logro dicha persistencia y la oponga a poblaciones biológicas más polimórficas, las cuales ninguna tiene tamaño logro de supervivencia. Ciertamente muchas especies desaparecieron porque al cambiar las condiciones para las cuales estaban adaptadas, el cambio se las llevó consigo. Esto significa que las que pervivieron evolucionaron con los cambios o estos no fueron significativos para extinguirlas. En cualquier caso, entre monotonía y diversidad yo prefiero la diversidad, especialmente la gastronómica, cultural, artística, social, productiva, recreacional, fenotípica y genotípica, al tedioso Estado igualitario por abajo y amébico de las sociedades totalitarias. Desde luego que quienes opten por esta monocromía su derecho tienen de buscar partidarios. Lo que no tienen es el de imponernos sus preferencias en caso de conquistar el poder, pues la democracia no es la tiranía de la mayoría, sino la protección de las minorías de la tiranía de las mayorías. Si por alguna razón los partidarios de tal dislate fueran la totalidad o casi totalidad de la sociedad, que no es el caso venezolano, quizá pensar si marchar con los propios genes a otra parte sea una opción, pero no la única, para seguir con la analogía biológica.
Una característica notable de las sociedades monocromáticas, y de los gobiernos que buscan imponer el color de sus pensamientos, es lo desproporcionada de sus reacciones ante lo que no es igual a ellos. Así es la ejercida contra Leopoldo, MCM, Brito, Afiuni, y, en general frente a la disidencia. Para estas mentes monocromáticas el arcoíris es una patología, pensar a color es un delito, una locura, una infección. El disidente es un traidor por definición, un contrario al orden supremo del régimen. Lo racional es asumir su pensamiento, lo contrario es irracional. Y el gobierno, tan noble él, debe proteger a estos alienados hasta de sus propios desvaríos. Es una infección que se debe extirpar. Las revoluciones tienen un pensamiento científico bastante acomodaticio. Apelan a la causalidad social para explicar su irrupción, pero apelan a causas individuales para explicar la disidencia. Las revoluciones son debidas a "causas objetivas", la disidencia a una desadaptación individual, a "causas subjetivas", no a situaciones históricas, según ellos.
Leopoldo es un símbolo, en parte, auspiciado por el propio gobierno. De no estar injustamente preso, no habría despertado tanto atractivo internacional y quién sabe cuántos serían sus seguidores sin este implacable castigo a su persona unido a su carisma. Sor Juana Inés de La Cruz es autora de unos versos de profundo contenido sociológico que podemos tomar prestados y parafrasear, con el debido respeto, e ilustrar cómo el gobierno con sus políticas y acciones es el origen de lo que con saña persigue: "Gobernantes necios que acusáis a la oposición sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que acusáis". Acrecentada su figura por el gobierno ahora este parece tener miedo a su hechura. Es el efecto Leopoldo. O quizá busque provocar la ira desatada de sus seguidores y suspender las parlamentarias. Leopoldo es un auténtico peligro para el régimen, igual Falcón o cualquier disidente. Pero estos líderes además de disidentes tienen carisma como para llenar el vacío emocional dejado por Chávez. No en balde ambos se han nutrido bastante de exchavistas. (En rigor hay que decir que Capriles también llena un espacio emocional, sólo que distinto al de estos dos).
Quienes demandamos tolerancia como indicador irrebatible de la condición democrática de un gobernante saludamos que haya Capriles, Leopoldo, Falcón, MCM y muchos más porque tenemos la opción de escoger aquel que mejor encaje con nuestras preferencias. Prefiero escoger a que escojan por mí y corro gustoso el riesgo de fallar a ser obligado a tomar la verdad opaca de los totalitarismos.
dh.asuaje@gmail.com
@signosysenales
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