SANTIAGO QUINTERO | EL UNIVERSAL
lunes 10 de enero de 2011 09:06 AM
El discurso republicano, procura principios que no sean efímeros, que no tengan que ver con la conservación del poder como punto de honor, ya que el ejercicio del mismo requiere transformaciones asociadas con la evolución social intentando una mejor calidad de vida y expansión de los derechos humanos y la sociedad en todo tiempo y lugar, y eso significa una progresiva y continua cesión de poder de los operadores políticos para con la entidad que lo origina, la propia sociedad. Cuando el sistema elegido es el democrático, la estructura empoderada debe ejercer el poder en esa dirección, ser consecuente en sus fines con el medio que utilizó para lograrlo. Cuando hace lo contrario, su legalidad de origen se disuelve en medio de la ilegitimidad de ejercicio.
No es posible en la ética política y ciudadana republicana, utilizar el origen democrático de un poder temporalmente obtenido, para destruir el medio de obtención del mismo con la finalidad de que no sea utilizado por otro. Es la voladura del puente a través del cual se accede al poder para que nadie más lo cruce. Ninguna sociedad, absolutamente ninguna, elige a unos representantes para que le sean secuestrados sus propios derechos económicos y políticos, los cuales están orientados a satisfacer sus necesidades individuales y sociales fruto del consenso y encuentro de las primeras, las cuales se traducen en derechos políticos personales y sociales a través del ejercicio del recurso natural que dispone todo ser humano al nacer para sortear las dificultades a lo largo de la vida: su libertad de acción, de creación y pensamiento . Esta constituye el sistema inmunológico del ciudadano para evitar la propagación de la peste de la tiranía.
El colectivismo, esa suerte de yugo tejido cual atarraya para pescar a los ignorantes y resentidos bajo el anzuelo de sus pasiones destructivas para construir bajo su égida una estructura de poder creciente y hegemónica (su único y auténtico objetivo, despreciando la demanda social que utilizó para llegar al poder), se disfraza para actuar bajo la figura del Poder Popular ( nombre que la jefatura comunista otorga a la "dictadura del proletariado" ejercida por un tirano ) creando necesidades de poder insaciable en el Estado, para imponérselas a la fuerza al individuo bajo la excusa de que son dogmáticamente populares, negando su discusión o debate cuando en realidad lo que procuran es crear los derechos del Estado conculcando el de los individuos. Quien debe servir, pasa a ser servido y el soberano pasa de ser libre mandante a servil súbdito del totalitarismo reinante. De esa manera, surge la oligarquía del Estado de Camaradas constituido en Estado del Deber que disuelve el Estado de Derecho para perpetuar sus privilegios temporales. De allí vienen las expropiaciones por doquier, el asalto a mano armada al individuo y a la sociedad productiva, el Estado disfrazándose de Pueblo para violar a toda la Nación, destruyendo la soberanía al exterminar los medios de producción y expresión en manos del pueblo productivo.
La alternativa única posible ante la tiranía creciente es la Constitución, el contrato colectivo que solo el Pueblo Venezolano, sin intermediarios, puede derogar. Y son los mecanismos que ésta establece, los que se deben activar para reivindicar sus principios violentados por personeros que jamás los defendieron.
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