jueves 30 de diciembre de 2010 04:37 PM
Estimado Presidente, deseo ofrecerle mi más sincera disculpa, a la espera que el resto haga lo mismo. Digo esto último, porque las dos millones de familias que hoy viven en las casas que don Luis, don Rafael, don Jaime y usted construyeron no salieron en su momento a defenderlos y eso que a veces hasta olvidadizas fueron las cuotas. Tampoco salieron los millones que gratuitamente salvaron sus vidas en los hospitales ni los miles que se graduaron en las mejores universidades del exterior. Mucho menos lo hicieron los 15 millones que se educaron gratuitamente ni los dos millones de profesionales que se formaron sin pagar un centavo, en fin absolutamente nadie salió en su defensa.
Le ruego que no crea que es algo personal, no lo es. Esto ha sido el sino terrible de los venezolanos que nunca hemos querido tener un País porque somos más propensos a la barbarie que a la civilización, por eso no nos gusta hablar de nosotros, preferimos buscar siempre un culpable y olvidarnos que entregamos a Miranda a los españoles acusándolo de traidor siendo el primero en morir fuera, luego expulsamos nada menos que al Libertador, quien muere con una camisa prestada. ¿Ha leído usted la prensa de la época? Lo llamamos "traidor y tirano", igual que a Páez quien muere en Nueva York desterrado como Vargas y Soublette. Por eso le digo que no es personal, porque usted también muere en el exterior como casi todos los presidentes anteriores y con características muy similares.
Fíjese, a Monagas lo enjuiciamos y murió en una cárcel pública y a sus sucesores Castro y Tovar también los juzgamos por traición y los exiliamos. Y ¿qué me dice de Juan Crisóstomo quien fue renunciado al igual que usted? A Guzmán Blanco lo echamos y murió en París, Rojas y Andueza fueron los siguientes renunciados y exiliados, a su sucesor Crespo lo matamos. Cipriano Castro salió exiliado muriendo como usted fuera de su Patria. De allí vino Gómez quien como sabe, gobernó hasta su muerte gracias al inmenso chorro petrolero, que a mi juicio fue el "gran y único pacificador" y no él como nos lo han hecho creer.
¿Qué vino luego? Pues que derrocamos o enjuiciamos a Contreras, a Medina, a Gallegos y matamos a Delgado Chalbaud. Pérez Jiménez fue derrocado, enjuiciado y murió en Madrid. Betancourt después de un atentado y varios intentos de golpe, no lo sacamos pero también muere fuera y desencantado. Le toca a usted su turno en esta lamentable cronología: Golpe de Estado, renunciado, enjuiciado, preso y expulsado. ¿Ve? No es nada personal. Fíjese en Lusinchi, también tiene un juicio pendiente.
Usted dirá: "¡con los copeyanos nos hemos topado! al menos murieron en sus casas de toda la vida". Pues no es tan así, los odiamos tanto como al resto y muy probablemente cuando se los encontró hace poco le dijeron: "hubiésemos preferido otra muerte".
Váyase tranquilo Presidente, que aquí no está pasando nada que no haya pasado antes. La Presidencia de Venezuela no es otra cosa que un deporte extremo donde los venezolanos nos encargamos con tabla rasa de "elegir" para luego enjuiciar, derrocar o matar a nuestros líderes con afanosa tendencia suicida. Recuerde la profecía del Libertador: "Venezuela caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas". Como ve, la culpa es totalmente nuestra, porque debimos advertirle cuáles eran las reglas de este juego perverso de montar presidentes para derrocarlos después.
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