2014/10/26
249042.- La cara del Indio.-
CRÓNICA// La cara del indio, una leyenda andina
martes 12 de marzo de 2013 09:13 AM
Mawampy Bonillo / Especial MéridaEl Indio y la India, hijos del Sol y la Luna, fueron separados de sus hijos terrenales por las pasiones humanas que contradijeron la armonía con la naturaleza. Ahora reposan, cada uno, en las laderas que bordean al valle de Mérida. Algún día, cuenta la leyenda, sus labios volverán a unirse en un beso de amor. La Ciudad de los Caballeros sucumbirá entre las dos Sierras.
Hace muchos siglos, en donde hoy existe Mérida, cuando no habían moradores en el mundo, los “Encantos Padres”, Zuhé y Chía, Sol y Luna respectivamente, crearon a sus “Encantos Hijos” para que fuesen los guardianes de los páramos andinos, de sus lagunas y espigadas montañas… del perfecto mundo que el “Ches” (Dios) había fundado.
Esta es la leyenda Tatuy de la Cara del Indio, en la sierra norte de la ‘Ciudad de los caballeros’, que relata cómo fueron creados los primeros habitantes de los andes venezolanos… Su desenlace es el apocalíptico hundimiento de la meseta merideña. Mucho antes, los Tatuy, también habían vaticinado la inminente llegada de los conquistadores.
Todo comenzó en la Laguna Chimpú Chirú (actualmente Laguna de Las iglesias), entre los páramos Los Conejos y Los Leones, donde los “Encantos Hijos”, hombre y mujer, indio e india, amado y amada, hechos a imagen y semejanza de sus padres y con iguales facultades universales, pusieron sobre la tierra a los primeros hombres en la región, que luego bajarían a formar el pueblo en donde hoy está situada la meseta de Mérida.
“Eso no lo digo yo”, lo cuentan los más ancianos, los “taitas” (abuelos), que a ellos se lo contaron sus antepasados. Pero mucho de lo que aquí se dice también me lo explicó José Matéus, a quien nadie conoce por su nombre sino como ‘Chencho’, su apodo.
Él sabe los secretos más antiguos de estos páramos, es el guía por excelencia para científicos y turistas, porque conoce como la palma de su mano dónde están ubicados los portales hacia el reino del ‘Ches’: siete especie de cuevas detrás de la montaña Cara del Indio, que dan la impresión de ser un laberinto. Hermosas… el agua corre por el medio de una de ellas y parece que de verdad llevara al paraíso divino.
Cuenta la leyenda que Sol y Luna, progenitores supremos, guiaban a su pueblo en las actividades agrícolas y artesanales bajo la cual se sostenía la comunidad.
El hombre, aunque inmortal e imperfecto, vivía en constante comunicación con sus creadores… La vida era tranquila, las faenas diarias se desarrollaban en armonía con la naturaleza, había respeto hacia los semejantes y aún más a las palabras de los ancestros y su cultura.
Cosechaban y cazaban lo que necesitaban para vivir, tenían el agua cerca de ellos, pero, aún así, con el pasar de los siglos, decidieron viajar en busca de otros ingredientes de la naturaleza y formaron entonces una serie de ‘trochas’ (caminos), cruzando las espigadas montañas hasta llegar a las tierras calientes y llanas, donde otra cultura y otra forma de vida también coexistían con su naturaleza.
El deseo por lo innovador, natural de los seres humanos, y la constante transformación con la que hacen que evolucione su mundo, llevó a estos andinos a cruzar grandes rutas en las montañas, con gélidas temperaturas que alcanzaban hasta -8°C bajo cero. Muchos cayeron en el intento: los ‘enterramientos’ que aún hoy consiguen los arqueólogos son prueba fiel de que esto ocurrió.
La manteca de los animales que comían fue utilizada como protector natural para no congelarse, embadurnaban todo su cuerpo con la grasa y luego lo cubrían con una capa final de carbón. En sus espaldas llevaban los bultos de chimó y hoja de tabaco, que bajaban hasta el Puerto de Gibraltar, en la costa sur del Lago de Maracaibo, ahí intercambiaban sus productos por lo que tuvieron a bien nombrar ‘Chapi’, que no era otra cosa más que Sal.
La introducción de ‘Chapi’ en la forma de vida de la montaña, siempre armónica con la naturaleza y su entorno, quebrantó el respeto por las creencias ancestrales que tanto habían guardado por generaciones. Desde ese momento, como cuenta la leyenda popular de la Cara del Indio, se produjo el enojo de de sus progenitores, “perdiéndose la comunicación física y espiritual… Y luego, con la llegada de los ‘Hermanos Pálidos’, previsto y anunciado en las estrellas por los ‘Encantos Padres’, sucumbe la gran era indígena-cultural de los Andes.
Hoy en día, desde la ciudad de Mérida, en el relieve de las montañas del Parque Nacional Sierra de La Culata, sierra norte, se distingue el perfil de un indio acostado o dormido, aguardando el día del despertar para reunirse con su amada. ‘La india’ se localiza justo al frente de éste, en la cresta del Parque Nacional Sierra Nevada (a los pies de los picos nevados), o Sierra sur.
Según la leyenda, son éstos los ‘Encantos Hijos’, progenitores de los indígenas andinos, separados por el valle sobre el cual se asienta la ciudad más alta y bonita de Venezuela, y que sucumbirá tras el despertar…”
Esto último me lo contó Juan Rondón, excursionista y guía turístico del grupo de montaña Tatuy, en Mérida. Asegura que es tal cual lo que ha escuchado. “Aún no he conseguido un documento escrito por historiador, solo recuerdo que hace años llegó a mis manos un libro ilustrado que decía más o menos la historia que te conté”, aclara el joven montañista.
La Cara del Indio, ubicada 3.750 metros sobre el nivel del mar, es una inmensa formación de rocas que data aproximadamente del Precámbrico Superior. Según investigaciones científicas el lugar, al igual que todo el páramo Los Conejos, emergió de la tierra durante la última desglaciación del planeta. Su geomorfología y sus suelos, son producto de un conjunto de acumulaciones cuaternarias tipo terraza y conos de deyección.
La aldea en lo alto solo tiene unas 10 casas, entre ellas la ahora Posada del Arco, propiedad de Chencho. La temperatura actual, en las noches, alcanza unos -5°C y, por las mañanas, el agua llega casi a las 10:00, pues hay que esperar que las lagunas se descongelen bajo el sol de las 9:00 am. Nunca hubo allí un asentamiento indígena. En 1910 llegaron las dos primeras familias, provenientes de Pueblo Llano, actualmente lo habita la quinta generación de éstos.
La leyenda se complementa, en lo científico, con la presencia de la Falla de Boconó, una mega fractura de más de 500 kilómetros de recorrido que atraviesa la cordillera de Mérida, desde la frontera con Colombia, en la población de Táriba (Táchira), hasta la costa del Mar Caribe, cerca de Morón (Carabobo). Es catalogada como el accidente geográfico más importante del occidente del país y en ella convergen la Placa Sudamericana y la del Caribe.
En 1894, el fuerte terremoto de Mérida cobró la vida de 319 almas. El sismo de mayor magnitud registrado hasta ahora en Venezuela. Los techos de la catedral y una de sus torres cayeron al suelo.
Los estudios geográficos modernos, sin embargo, aseguran que cada vez que la Falla produce el movimiento de las placas, en la meseta de Mérida, el Indio y la India se distancian más, opuesto a lo que ‘mienta’ la leyenda.
Mientras tanto, de cuerpo entero, acostado de perfil y con la mirada dirigida a la ciudad, el Indio, padre de los primeros andinos, vigila a sus hijos en el valle de la hoy cosmopolita ciudad universitaria, atento de su India, la Sierra Nevada, quien a sus pies espera por el beso de su amado.
Son las leyendas de la cultura Tatuy, una de las culturas más antiguas del continente, de ellos proviene el término ‘tataita’ (abuelo, anciano, viejo). Se cree que estos relatos tratan de contar cómo los aborígenes andinos se escabulleron por las rutas ancestrales de sus míticas montañas para huir de la esclavitud de los colonizadores.
Para muchos son solo leyendas andinas, pero si atina bien y dirige su atención a la Sierra Nevada, puede que logre develar los secretos que se ocultan tras la mágica neblina y así, distinga que no es el viento el que suena, sino el canto ensordecedor de Tibisay, la india fugitiva que nunca se dejó atrapar de los colonos y que honró hasta su muerte, con la libertad, la promesa hecha a su amado Murachí y, tal vez, en una fría noche, entre los escarpados picos nevados, pueda divisar las lágrimas de Caribay, petrificada en la memoria popular de los andes y sus Cinco Águilas Blancas.
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