Capitulo 2
Los
Intérpretes.-
Los tres
primeros reos condenados a ser ajusticiados conforme a la Ley Final, en el
País, fueron: el intermediario que vino de la Capital, el alcalde de Riosal y
el Tío José.
El intermediario, un “eminente” ciudadano, muy
conocido, había sido candidato a muchos cargos en los últimos gobiernos y se
sabía de sus “negocios” con otros grandes personajes de su partido y de los
otros partidos... nunca se le había podido condenar a lo mas mínimo pues
siempre sus padrinos, o sus ahijados,
habían actuado, soterradamente, claro, para evitar que a ellos también
les salpicara la mugre. Era todo un poema, estaba entrelazado con medios de
comunicación, con vendedores de baratijas, con vendedores de “proyectos” de
cualquier cosa, se le veía rebosante de favores y dueño de una prosa amplia y
cargada de los lugares comunes de cada tendencia; había sido estrella y actor
central de varias farsas ampliamente conocidas por el gran publico pero pasadas
bajo la manga de las Leyes por los otros actores de los respectivos sainetes.
Para todos los grupos era el momento perfecto para salir de el.
El Alcalde de Riosal, por su parte, venía
trepando paso a paso, se le conocía por su entramado a nivel regional, por su
labia violenta, por sus chistes despóticos, por sus cambios y virajes en todo
cuanto le tocaba dirimir siempre que hubiese algo de beneficio para el o para
sus allegados. Si se requería de alguien para hacer que la Cámara decidiese a
favor o en contra de algo, solo había que buscarle y proponerla, a cambio,
claro, de “algo”.
El Tío José, por su parte, era uno de los
empresarios del pueblo, conocido por todos, amigo de todos, padrino de muchos
barrigones, negociante, gallero, bailarín, prestamista; su empresa, “la
pedrera”, producía y suministraba insumos para las construcciones dentro y
fuera del pueblo, cincuentón, coplero, era un buen escucha y la gente le
buscaba como consejero... unía su bonachona forma de ser con un respeto casi
heroico por la palabra dada. No era un cuentero mas. Sus labios se sellaban con
lapida de mil llaves.
Ellos fueron lo tres primeros reos, culpables
directos, según lo que se escuchó en el Tribunal. A diferencia de otros casos anteriores,
sonados o no, en quince días a partir
que de la Capital, llegó la orden, fueron aprehendidos, juzgados y, para beneplácito de “los de
arriba” y con el silencio de la sumisión de “los de abajo”, los ejecutaron el
primer sábado después del juicio.
Fue un acto apoteósico... asistió todo el
pueblo de Riosal, cuyas calles se vieron rebozadas por el caudal de vehículos
que llegaron esa mañana provenientes de la Capital y de todos los pueblos a la
redonda de Riosal... la fiesta no terminó con la ejecución de los reos sino que
continuó hasta tarde en la noche sabatina, lo que fue muy bueno para los
Hoteles, Posadas y Restaurantes que se vieron colmados por los fuereños y por
los familiares y amigos de los tres, por ahora, actores principales de ese
capítulo.
Los Diarios, la Televisión, la Radio, no
dejaban escapar esa gallina de huevos de oro y los comentaristas se daban
banquete mostrando los innumerables aspectos a los que se les podía sacar el
filo.
A nivel Nacional, se presentaba como una
demostración de lo que debía haberse hecho desde hacía mucho tiempo... se
comadreaba sobre los pasos siguientes pues todos estaban contestes en que era
apenas la punta del iceberg; lo que
estaba sucediendo en la Cárcel no tenía parangón, nunca antes “todos” los
ediles de una Alcaldía habían sido condenados a muerte por ser cómplices de un
hecho contra la cosa pública. En todo el Territorio Nacional se discutía, se
comentaba, se aprendía y nadie, NADIE, sabía o barruntaba cual sería la actitud
que se asumiría para controlar a los reos y evitar el suicidio masivo.
Las acusaciones que el Intermediario efectuó en
sus alegatos buscando defensa, en las que ponía en evidencia las múltiples
causas que se podían abrir contra muchísimos de los actuales personeros de los
últimos cinco regímenes, no habían caído en sacos rotos y, aunque se dudaba de
la celeridad de los nuevos juicios, estaba quedando claro que había un consenso
para que se llegara hasta las últimas consecuencias. (¿?)
Ardía Troya también, porque los Administradores
de la Cámara Edilicia y de las Compañías, habían sentido la presión del dogal
en sus cuellos pues, aunque no habían sido los planificadores o ejecutores, si
habían sido los amanuenses del complot y por ello habían recibido el regalo de
los dioses.
En la Capital, las firmas que se dedicaban al
análisis de las operaciones, ponían su cuello en remojo por cuanto no existió
una alerta sobre lo que había sucedido y los connacionales estaban más que
claros que ellos, los analistas, lo sabían.
Las entidades bancarias hacían oídos sordos y
ponían los ojos en blanco pero, no podían negar su conocimiento de esas
actividades fuera de la Ley. Aducían que eso era una práctica común desde
SIEMPRE.
“Crimen y Castigo” era un libreto tonto ante
las cavilaciones de Hilda y Tomás, El estaba convencido de que, de no haber
sido por su actuación aconsejando al Tío José, este no hubiera intervenido en
el complot o, en ultimo caso, lo hubiese hecho como un proveedor y no como
instigador y, a pesar de que la nueva Ley no establecía diferencias a sus ojos,
Tomás sabía que el Tío había actuado porque él, Tomás, lo bañó en halagos y lo
indujo a mostrarse como uno de los centros del problema. Además, Tío José, fiel
a su acendrada costumbre de vivir de “su palabra” había entregado su vida sin
hacer mención de su sobrino. Y de allí se derivaba el problema de Tomás. El no estaba dentro de la lista de acusados,
no se le había mencionado para nada. Era el perfecto inocente!!!
El dilema de Hilda se iniciaba en su costumbre
de pretender que su marido apareciese como líder de cuanto se propusiese hacer.
Siempre le había exigido y, en muchas oportunidades, hasta se había burlado
cuando por razones de realidad de vida, el liderazgo en los negocios o en la
actividad familiar o entre las amistades, cambiaba de personajes y Tomás
aceptaba que otros fuesen los lideres de eso que estuviesen haciendo. Esa
condición había privado en este negocio, ella sabía que el dueño de la empresa,
dueño también del dinero, era el Tío José... sabía también que el Tío quería a
Tomás como a un hijo, sabía que veía por los ojos de Tomás y que nunca haría
aparecer a Tomás como instigador de nada sucio. Por eso, encendió en Tomás el
deseo de que acudiera a su Tío y lo impulsara hacia ese negocio. Pero también conocía a su marido y sabía de
antemano las vueltas que daría su cerebro antes, durante y después de lo que
ocurriese, fuese bueno, o malo, o peor.
La tormenta apenas comenzaba.
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