Capítulo 1
El Sueño.
Sentados en la rivera del apacible río, marido
y mujer hablaban, Hilda y Tomás comentaban las noticias que el radio difundía
que no eran precisamente buenas... los reos que serían ajusticiados el fin de
semana, al borde de locura, trataban de suicidarse para evitar la dantesca escena
a sus familiares.
La Ley que el país había adoptado para salir de
la crisis económica y política era, sin duda, atroz, e implicaba que los reos
fuesen inmisericordemente ajusticiados en la plaza central del poblado, con la
presencia en primera fila de todos sus familiares en primer y segundo grado de consanguinidad, sin importar
su edad o sexo.
Reconocían que la “Ley Final”, como se le
llamaba, estaba trayendo mejoras en el tratamiento de la cosa pública y ya no
se escuchaban discursos llenos de mentiras y ofrecimientos vanos... Habiendo
sido penado con esta ley el Peculado en cualquiera de sus formas, las calles y
avenidas ya no tenían el aspecto de carnaval de épocas pasadas y muy bien se
cuidaban los funcionarios de que sus nombres o rostros no apareciesen en nada
que no fuese obligatoriamente preciso.
El costo había sido muy grande... no solo por
la hambruna producto de los robos y del peculado que obligó a tomar la
decisión, la Ley en si misma era Draconiana y no permitía que se escapasen de
ella ni a las grandes figuras ni a los acólitos de turno.
En Riosal casi todas las familias ya habían
asistido a la plaza central a cumplir con acompañar a por lo menos uno de sus
integrantes. Ellos ya lo habían hecho. Acompañaron al Tío José, el tío rico de
la familia, que había hecho sus negocios con la pedrera cuando se estaba
construyendo el puente y se había en compinchado con los ediles de turno y
pusieron un sobreprecio al material que producían. Tanto el Alcalde como los
ediles, como el Tío José, como los administradores de la Alcaldía, y los de la
pedrera, todos ellos asistieron un sábado de mucho viento, a que les colgaran y
les dejaran allí hasta el lunes en la mañana cuando se procedió a bajarlos y
enterrarlos en el cementerio, en la fosa publica del pueblo.
La situación no se presentaba fácil ni mucho
menos... antes, siempre había quien se prestara para atestiguar a favor o en
contra de alguien pero, ahora, con la fulana Ley Final, los abogados y las
personas naturales, mucho se cuidaban de esta practica pues, de acuerdo a la
Ley, se convertían en reos de lo que se juzgara, en el caso de aparecer como
entorpecedores del proceso, o de falsear su testimonio, y esto también
involucraba a los profesionales del derecho, desde los magistrados hasta los
escribanos. Ya se hacía difícil encontrar quien se prestara a ser Juez...
No eran una pareja de jóvenes, los nietos ya se
soñaban en la Iglesia y pensaban en los viajes que antes hacían los recién
casados a tierras extrañas, a playas paradisíacas, a ciudades llenas de otras
historias, a otros sitios del mundo...
pero, eso era antes... por eso y de allí venían los pensamientos de la
pareja en este momento, cavilar en cuanto a que
hacer para que la familia volviese a la calma, a enmendar los sueños de
progreso y esperanza, manteniendo la iniciativa y la proactividad, a pesar de
la debacle a que se había llegado.
¿Que hacer? Mas de 60 años de estudio y trabajo
se les resumían en una casa en una montaña, tres lochas devaluadas, una pensión
escasa y ganas de vivir, de conocer, de estar presente cuando la humanidad
aviste nuevas fronteras... parecía lejano el momento cuando la situación
volviese a “una” normalidad... no era gratis la aplicación de la nueva Ley...
los reos y sus familias, a pesar de saberse culpables y aceptar la situación de
la aplicación de la Ley, en otros, no aceptaban el conocimiento publico mundial
de las ejecuciones, ya aplaudido por la mayoría absoluta de los países. Quienes
escapaban a otras tierras se encontraban conque allá también eran conocidos y,
de ser reconocidos, eran execrados y no podían utilizar los dineros
fraudulentos pues de hacerlo, el dinero era repatriado y ellos presos, allá,
por fraude al pretender utilizar dinero mal habido. La caída de los posibles
reos y su ejecución hacía que sus familiares, todos, llevaran el estigma que
les imponía la Ley.
Lo del Tío José había sido el más terrible
evento en la vida de la familia. Con las finanzas publicas en el punto mas bajo
de la historia, con el desbalance en el
proceso de producción de los insumos alimenticios, con la falta de trabajo de
cualquier tipo en todo lo que no sea gobierno, con la espada de Damocles de que
al ser funcionario se es virtual reo de la Ley Final, se hace difícil, como
cosa de tiempo, obtener un medio de vida que permita producir y consumir en
paz.
La nueva Ley, la Ley Final, aportaba respuestas
a preguntas que antes algunos se formulaban sobre a quien culpar cuando se
producía un deceso por falta de medicinas o material medico de cualquier
tipo... la Ley Final aclara que son reos, en ese caso, TODOS los funcionarios
que tienen que ver con la carencia, en orden jerárquico. Desde el Ministro Jefe
del Consejo de Ministros hasta el expendedor. La Ley Final aclara la pregunta
sobre ¿quien es responsable cuando el mono mata al niño con un revolver?... ¿Es
el mono? Es el que le dio acceso al revolver? ¿es el dueño del revolver? ¿es el
que vendió el revolver? ¿es el que le firmó el permiso para tener el revolver?
¿es el que autorizó para que se vendan revólveres? ¿es el que lo fabricó? ¿son
quienes establecieron las Leyes que autorizan ese revolver? Y de allí siguen
las preguntas... Es la misma situación con las medicinas... ¿Quienes son en
cadena jerárquica los responsables? ¿Hasta donde se puede hablar de Homicidio
Culposo? La Ley Final trata de acabar con la Patente de Corso en las
Profesiones, que permite que se acabe con la población a la luz de que “Otros
son los responsables”. Por esta razón el mundo acepta la Ley y los humanos
tratan de apartarse no siendo sujetos de esa Ley, no aceptando postulaciones
para ejercer autoridad estatal. Ahora nadie quiere ser gobernador, ni alcalde,
ni siquiera jefe civil, mucho menos diputado y claro, ahora nadie quiere ser
presidente de nada. Y si hablamos de Administradores y Contables... ¿Quien
quiere ahora serlo? Nadie en su sano juicio, hasta que no se alcance un nivel
educativo global donde no exista el dolo.
El pueblo no era muy grande, todo el mundo se
conocía y, desde que entró en vigencia La Ley, el sufrimiento era grupal.
Muchos habían trabajado en la pedrera; para otros la pedrera había sido la
fuente de su educación, su equipo de Football, la fuente de recursos para
levantar sus casas, había sido la empresa propulsora del Liceo y por eso habían
traído Profesores y equipos, tenían la Biblioteca mas grande de todo el Estado,
ayudaban a todo el mundo con lo que tenían a mano, eran buena gente. De pronto,
un día, se apareció alguien que venía de la capital y les propuso, en el club
de bolas criollas, que apoyaran la idea de levantar un puente para mejorar la
carretera.
El Diablo apareció!!
-. Me propusieron un negocio.- Díjole Tomas a Hilda
-. Y de donde vamos a sacar dinero? Le vas a
pedir al alcalde?
-. No, vale... La Alcaldía no tiene dinero y estamos hablando de plata...plata, no
lochas...
-. Y entonces? Aquí no hay entierros... ¿de
donde vamos a sacar? Ahhhh... pidele a Tio José... a lo mejor el tiene, es
quien “tiene dinero”... y es mucho?
-. Si, es bastante... nadie aquí tiene lo que
se puede necesitar...
-. Y entonces? Más vale que se olviden y Tú...
no vayas a estar inventando...
-. Voy a hablar con el Tío José, el sabe como
hacer negocios con esta gente de la capital y quien quita que hasta nos ganemos
algo que valga la pena en la apuesta...
Así había comenzado el tinglado... una vez que
se pusieron a discutir el asunto, el Tío José, veterano en esas lides, se buscó
a sus compinches de la Alcaldía y con calma fueron armando un plan para que de
la operación les quedara a cada uno una buena tajada y aunque eran muchas
personas, el negocito prometía darle a cada quien una buena ración y,
aparentemente sin riesgos, todo clarito y con la aprobación de “los de arriba”.
La empresa que aparecería como ejecutante sería
la del Tío y los planificadores serían los de la capital y algunos de los
“conocedores” del pueblo, entre ellos claro, Tomás.
Todo les fue saliendo como lo tenían previsto y
el dinero comenzó a fluir como río en día lluvioso en una vega tranquila...
Pero, en la Capital, por razones, de política,
se prendió una discusión entre quienes recibían parte de las tajadas, lo
que ocasionó que apareciese una información en los periódicos denunciando lo
que estaba pasando...
Como las bombas no explotan en la Capital,
cayeron en Riosal y con mucho aspaviento los diarios de la zona dieron cuenta
de lo que el Alcalde, el Tío José y los demás lugareños habían estado
haciendo... ardió Troya y comenzaron a salir los cuentos de otras francachelas
que se habían rumoreado, por años, en el pueblo...
La averiguación inicial puso en claro que la
parranda había sido grande... para la aprobación del Proyecto se había
requerido la firma de la mayoría de los Concejales quienes, tal vez porque el
balón era muy atractivo, firmaron absolutamente todos...
La Procuraduría había estado revisando el
proyecto y no presentó oposición ni durante la planificación ni en el tiempo
que llevaban ejecutándolo.
Como tal, el Proyecto se veía muy bonito, muy
útil, y muy a propósito a los fines electorales.
Pasó todas las instancias de aprobación
regional y de igual manera las de aprobación nacional... Con el beneplácito de
todos los niveles iniciaron la ejecución.
Todo el mundo feliz!!!
De pronto, alguien preguntó:
¿Existe un programa de control de Calidad para
esa Obra?
La respuesta dejó anonadada a la población
nacional. NO
Después del primer no, las tejas fueron cayendo
una tras otra y se evidenció que la obra no presentaba las prestaciones que se
requerían para un puente en esa zona, con esas características y que las
especificaciones que se habían aprobado eran algo menos que ridículas dada la
tecnología del momento y, lo que realmente le importó a la gente, el
sobreprecio de la obra era de casi siete veces lo que se suponía era el costo
real. La maraña de la permisología
rayaba en la locura y, a los aspectos legales, dado el número de complotados,
se calculaba que transcurrirían años antes de poder llevar ante los tribunales
a “todos los gatos del encierro”.
La Ley Final estaba ya vigente.
Los tres primeros gatos que llegaron a su sábado
fueron: quien vino de la Capital, el Alcalde y el Tío José
Fin del
Capitulo (1864 palabras)
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