Sentados en la piedra de siempre, en la loma
sobre la rivera del apacible río, marido y mujer hablaban, Hilda y Tomás
comentaban las noticias que la radio difundía que no eran precisamente
buenas... los reos que serían ajusticiados el fin de semana, al borde de
locura, trataban de suicidarse para evitar la dantesca escena a sus familiares.
La Ley que el país había adoptado para salir de
la crisis económica y política era, sin duda, atroz, e implicaba que los reos
fuesen ajusticiados inmisericorde en la plaza central del poblado, con la
presencia en primera fila de todos sus familiares en primer y segundo grado de consanguinidad, sin importar
su edad o sexo.
Reconocían que la “Ley Final”, como se le
llamaba, estaba trayendo mejoras en el tratamiento de la cosa pública y ya no
se escuchaban discursos tan llenos de mentiras y ofrecimientos vanos...
Habiendo sido penado con esta ley el Peculado en cualquiera de sus formas, las
calles y avenidas ya no tenían el aspecto de carnaval de épocas pasadas y muy
bien se cuidaban los funcionarios de que sus nombres o rostros no apareciesen
en nada que no fuese absoluta y obligatoriamente preciso.
El costo había sido muy grande... no solo por
la hambruna producto de los robos y del peculado que obligó a tomar la
decisión, la Ley en si misma era Draconiana y no permitía que se escapasen de
ella ni a las grandes figuras ni a los acólitos de turno.
En Riasol casi todas las familias ya habían
asistido a la plaza central a cumplir con acompañar a por lo menos uno de sus
integrantes. Ellos ya lo habían hecho.
Acompañaron al Tío José, el Tío rico de la
familia, que había hecho sus negocios con la pedrera (ILP) cuando se estaba
construyendo el puente y se había encompinchado con los ediles de turno y
pusieron un sobreprecio al material que producían.
Tanto el que vino de la Capital con la
proposición (1), el Alcalde(1) los ediles (5), el Tío José (1), como los
administradores de la Alcaldía(3), y los de la pedrera(4), todos ellos (15)
asistieron, o esperaban por su turno en un sábado de mucho viento, a que les
colgaran y les dejaran allí hasta el lunes en la mañana cuando se procedería a
bajarlos y enterrarlos en el cementerio, en la fosa publica del pueblo, tal
como estipulaba la Ley.
La situación no se presentaba fácil ni mucho
menos... antes, siempre había quien se prestara para atestiguar a favor o en
contra de alguien pero, ahora, con la fulana Ley Final, los abogados y las
personas naturales, mucho se cuidaban de esta práctica pues, de acuerdo a la
Ley, se convertían en reos de lo que se juzgara, en el caso de aparecer como
entorpecedores del proceso, o de falsear su testimonio, y esto también
involucraba a los profesionales del derecho, desde los magistrados hasta los
escribanos. Ya se hacía difícil encontrar quien se prestara a ser Juez...
No eran una pareja de jóvenes, los nietos ya se
soñaban en la Iglesia y pensaban en los viajes que antes hacían los recién
casados a tierras extrañas, a playas paradisíacas, a ciudades llenas de otras
historias, a otros sitios del mundo...
pero, eso era antes... por eso y de allí, venían los pensamientos de la
pareja en este momento, cavilar en cuanto a qué
hacer para que la familia volviese a la calma, a enmendar los sueños de
progreso y esperanza, manteniendo la iniciativa y la pro actividad, a pesar de
la debacle a que se había llegado.
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