Carolina Jaimes Branger: Ser distinto
Opinión
ND
Si por algo quisiera que me recordaran mis alumnos no es por haberles enseñado matemáticas o cálculo. Es por haberles insistido en cuán importante es ser compasivo en esta vida. En lo necesario que es ponerse en los zapatos del otro. Muchas veces los regañé porque se tildaban de “mongólicos” cuando cometían algún error. “Imagínate que te esté escuchando la mamá de un niño que tenga esa condición”, les decía. Y todos guardaban silencio. Muy pocos lo repetían y si lo hacían era más por costumbre; nunca por maldad.
Quienes no tienen en su núcleo familiar cercano a una “persona con habilidades especiales” no saben de las proezas que estas personas logran todos los días. Lo que para alguien resulta “normal”, para ellas resulta un esfuerzo titánico. Cosas tan “simples” como hablar, caminar, pensar, comer, vestirse… se convierten en verdaderas hazañas.
Hace una semana se celebró el Día Mundial del Síndrome de Down. Las Naciones Unidas en 2011 instauraron este día para "aumentar la conciencia pública sobre la cuestión y recordar la dignidad inherente, la valía y las valiosas contribuciones de las personas con discapacidad intelectual como promotores del bienestar y de la diversidad de sus comunidades". Básicamente se trata de “generarles autonomía, independencia individual, libertad para tomar las decisiones propias y crearles ambientes inclusivos” a personas que poseen esta condición. Es un desiderátum no sólo para quienes tienen Down, sino para los millones de personas con habilidades especiales.
Soy mamá de una de esas personas. La llamo “niña” porque aunque la semana que viene cumplirá treinta años, será siempre una niña. Más que una niña es un ángel. Porque alguien que cree que todo el mundo es bueno, que no siente envidia, que no tiene ni pizca de malicia está por encima del común de los seres humanos.
Hay una leyenda que dice que Dios escoge a los padres de quienes vienen al mundo y son distintos. Quiero pensar que es cierta. Quiero sentir que fui escogida porque soy la mejor mamá que Tuti podía tener. Por supuesto, el aprendizaje no fue fácil. Recorrí varios caminos, que fueron desde la negación “esto no me está pasando”, la rabia “¿por qué me pasa esto a mí?”, la resignación “ya que me pasó, tengo que salir adelante” y la aceptación gozosa “¡qué bueno que me pasó a mí, que la tengo a ella, porque juntas saldremos adelante”.
Todos tenemos cerca a alguien con habilidades especiales. Tal vez no es una hija, como es mi caso, pero puede ser un sobrino, una prima, la hija de los vecinos o el niño de un compañero de la universidad. Y esas personas necesitan apoyo para ser independientes. La Ley del Trabajo, que exige incluir a discapacitados en el mercado laboral, ha logrado algo genial: que las personas que temían en un principio que tendrían doble trabajo cuando incluían a una persona especial en su equipo de trabajo, hoy se sienten bendecidas por tenerlas. Yo estoy convencida de que los compañeros de mi hija –que gracias a la Profesora Luisa Teresa Lanz de León se pudo graduar en un colegio “normal”- son hoy en día mejores adultos por haberla tenido a ella de compañera, pues vieron cómo enfrentaba las dificultades, y las superaba, todos los días.
Tener a mi hija distinta me ha hecho mejor ser humano. He “echado pa' lante” en las situaciones más difíciles. Y tengo una fuerza anímica enorme. Feliz cumpleaños, mi Tuti amada. Gracias por haber llegado a mi vida, haberme enseñado tantas cosas y haberme dado tanta felicidad. Soy una privilegiada por tenerte. Has sido una maestra excepcional. ¡Qué honor ser tu mamá!
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