Nicolás en La Habana
FRANCISCO OLIVARES | EL UNIVERSAL sábado 19 de marzo de 2016 12:00 AM
Nicolás Maduro vuela sobre una nube en dirección a La Habana a un nuevo encuentro con su padre político Raúl Castro, dejando atrás a una Venezuela en crisis, devastada y una población sin esperanzas. La retórica presidencial sustituye el vacío, la gestión sin contenido. En otras palabras el fracaso de 17 años en donde no hay nada que mostrar, nada plausible, elogiable, meritorio.
Así la retórica ocupa ese espacio cuando no hay nada que decir.
En estos días en un discurso aludía a que flotaba en las nubes aparecidas sorpresivamente en Caracas cual "observador aristotélico".
Antes de salir a La Habana expresaba que ese encuentro se incluirían acuerdos de cooperación económica "para la estabilidad de los países latinoamericanos" y "proyectos para las generaciones futuras". Al mismo tiempo señalaba "Somos hermanos encontrados y reencontrados en tiempos de historia. La Cuba heroica de Martí y de Bolívar, la Cuba de Fidel y la Venezuela de Hugo Chávez.
Si alguna, de los millones de personas que diariamente amanecen en una cola buscando alimentos y medicinas en el país, se tomara unos minutos para tratar de interpretar esas palabras, no tendría manera de descifrar a cuáles proyectos para generaciones futuras se refiere el Mandatario, en un país en donde las grandes obras terminan en escombros y de las obras públicas lo que se mantiene son las vallas de Hugo Chávez colocadas en terrenos baldíos arropados por la maleza, donde lo que sobrevive es la foto del líder fallecido y el anuncio sobre el monto de la inversión para el pueblo.
Pero de lo que no se percata el Mandatario venezolano en sus viajes a La Habana es que su interlocutor ha dejado de ser eso de "hermanos encontrados y reencontrados en tiempos de historia". El concepto ha quedado sólo para la propaganda, para el baño ideológico que se requiere para mantener a una población cautiva. Pues Raúl Castro este domingo recibirá el abrazo emocionado de Barack Obama porque desde hace más de dos años sabía que la revolución bolivariana, y menos aún el amigo reencontrado, Nicolás Maduro, podría con su petróleo seguir subsidiando a Cuba por muchos años más. Sabía que la triangulación petrolera de 100 mil barriles diarios ya no sería suficiente para seguir alimentando a la población que depende del Gobierno. Sin dólares y la generación de los Castro en el ocaso, la muerte del socialismo cubano estaba sentenciada.
Más pragmático Raúl Castro, por la fuerza de la realidad, al igual que lo hiciera China y Vietnam, entendió que la economía socialista cubana ya no le servía ni a los cubanos. En su último discurso ante la Asamblea en diciembre de 2015, al referirse a Venezuela expresaba: "No es menos cierto que se generaron afecciones en las relaciones de cooperación mutuamente ventajosas". Relaciones que proveyeron a Cuba de 4.500 millones de dólares al año.
Es así que mientras Maduro y el chavismo siguen soñando con "el hombre nuevo" Raúl Castro se abre al primer imperio capitalista y en el emblemático puerto de Mariel siete empresas de los principales colosos industriales del mundo se asocian para invertir en el mayor complejo portuario e industrial de Latinoamérica que se construye en esa localidad cubana que años atrás protagonizó la mayor emigración cubana hacia Estados Unidos, pero que hoy generará 70 mil empleos. Por cierto la brasilera Odebrecht tiene uno de los mayores contratos de infraestructura de lo que será un puerto de primer mundo.
Mientras tanto la Venezuela de Nicolás se queda rezagada en "los tiempos de historia" a los que alude nuestro Presidente. Sin agua, sin electricidad, sin alimentos y sin medicinas, se decreta un asueto de una semana en esta ciudad y en este país moribundo, en donde solo faltaría agregar aquella lapidaria frase: "el último que apague la luz".
Twitter: @folivares10
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